36.-La Escuela del divino servicio.
Vamos a instituir una escuela del divino servicio. (45)
Ya hemos examinado el pensamiento del Maestro, lo que sugiere con la frase “escuela del divino servicio”, así como el valor que S. Benito le da al reproducirla en el prólogo de su Regla.
Dejando de lado la génesis de esta frase, partimos ahora del hecho que nos encontramos con ella en el prólogo de nuestra Regla y qué significa para nosotros en concreto el estar en una “escuela”.
Podemos señalar tres deberes que a primera vista aparecen. En primer lugar tenemos que amar esta escuela. Tenemos abundantes motivos para ello.
El servicio divino es una ciencia que se adquiere poco a poco. Aunque nuestra entrega haya sido total y completa, en la medida que progresamos, se nos descubren nuevos horizontes y nos lleva a un despojo de nosotros mismos más intenso.
Este caminar hacia nuestro ideal, si no está sostenido por el amor, puede perdernos con ilusiones y sugerencias de nuestra naturaleza, de nuestro amor propio, que quiere evitar el sacrificio, o de los enemigos de nuestra alma.
En esta escuela encontramos maestros experimentados, toda una pléyade de santos monjes que con sus escritos y vida han dejado marcado el camino. Hermanos que nos acompañan en nuestro caminar y son un estímulo.
En el monasterio aparecen mejor nuestras imperfecciones y se pueden corregir nuestros defectos. Se nos descubre las emboscadas del demonio, se nos da armas para combatirlo.
Cuantas gracias tenemos que dar a Dios por la gracia de la llamada a la vida monástica. Y también cuanto tenemos que amar nuestra vocación que nos abre sin apenas darnos cuenta, a tantos tesoros de gracia.
En segundo lugar, exige una entrega total. La palabra “escuela” entraña la exclusión de cualquier actividad distinta de los estudios.
Un estudiante que se dedica totalmente a los estudios y a ellos se aplica, hará muchos y rápidos progresos.
Nosotros los monjes tenemos que estudiar el divino servicio, esto es, el camino de nuestra trasformación en Cristo. Ya que para esto hemos venido al monasterio. Tenemos que vigilar no quede un tanto eclipsado por ocupaciones secundarias y perdamos el celo y afán por lo principal.
Y si nos ocupamos en otras cosas sin referencia a este fin, perderemos el tiempo. Hasta puede sucedernos que después de muchos años en la “escuela” nos encontremos tan imperfectos como cuando entramos.
La docilidad en una tercera característica que tiene que acompañarnos en la “escuela”.
La regla, actualizada por nuestras Constituciones, es la guía que dirige nuestro caminar, desprendiéndonos de nosotros mismos y nos conduce a Dios.
Si por falta de docilidad nos apartamos de la voluntad de Dios manifestada a través de la Regla y Constituciones, no llegaremos al fin para el que Dios nos ha llamado a esta vocación en concretó, y nos quedaremos con nuestro amor propio, con nuestros defectos y la permanencia en la “escuela”, en el monasterio, no nos será de provecho e incluso de mayor responsabilidad, pues a quien más se la ha dado, más se le exigirá.