33. El divino servicio.
– Hemos preguntado al Señor, hermanos, quien es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuales son las condiciones para poder morar en ella: Cumplir los compromisos de todo morador de su casa. Por tanto hemos de disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos, para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. Y como esto no es posible a nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia, si huyendo de las penas del infierno deseamos llegar a la vida eterna, mientras aún estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas cosas a la luz de la vida, ahora es cuando hemos de apresurarnos para poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. (39-44)
Antes de terminar el prólogo, S. Benito resume en estos párrafos mencionados, los motivos que tenemos para servir a Dios. Y a fin de estimularnos por última vez en el prólogo, concluye diciendo:”por tanto debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos”
A nosotros nos toca responder a este nuevo llamamiento que el Señor nos hace a través de S. Benito.
Estamos llamados a entrar en la tienda, en la intimidad trinitaria. Todos los días nos invita a entrar, y ha dicho las condiciones que se requieren: “cumplir los compromisos de todo morador de su casa”
También podemos alcanzarlo, ya que el Señor nos llama y promete su gracia.”Que se digne concedernos la asistencia de su gracia”
Lo único que hace falta es el querer. Ahora bien querer entrar en el tabernáculo supone una entrega total a Dios. Por tanto sigue diciendo:”debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos”
Con esto nos está indicando que tenemos que servir a Dios por completo, no con una entrega a medias, con condiciones. En primer lugar con todo el corazón sin el cual ninguna ofrenda puede agradar a Dios. Con todas las facultades de nuestro cuerpo, y todas potencias de nuestra alma. Todo es suyo y le pertenece.
Obremos en verdad, es decir confrontando nuestra vida con las luces de nuestra conciencia. Entregados al divino servicio de un modo absoluto, sin reservas, sin hacer distinción entre cosas grandes o pequeñas, ya que todas son del agrado de Dios. Siempre y en todo momento estemos en disposición de cumplir la divina voluntad en todo cuanto se nos manifieste.
Así debemos entregarnos desde el mismo comienzo de la vida religiosa, y seguir progresando en este camino a lo largo de todos nuestros días.
Sin embargo, nada conseguiremos ni avanzaremos si confiamos en nosotros mismos. Debemos vivir en completa dependencia de la gracia para que nuestra ofrenda y sacrificio sea completo y agradable a Dios. Pero S. Benito reconoce que: “como esto no es posible a nuestras fuerzas naturales, hemos de pedir al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia”.
Otra característica de la entrega ha de ser la prontitud: ”mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio” ya que el aceite de nuestra lámpara puede faltarnos, pues no sabemos el tiempo que nos queda, prudentemente S. Benito nos exhorta a apresurarnos:”Ahora es cuando debemos apresurarnos poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien”
No quiere que dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. Hace eco de lo que Jesús dice en Jn. 12, 35:”Caminad mientras tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas. El que camina en tinieblas no sabe donde va”.
En la medida que estemos resueltos de un modo serio y decidido a seguir al Señor, a entregarnos totalmente y sin condiciones al él, disfrutaremos de paz, estimularemos a los hermanos con quien vivimos, alegraremos el corazón de Dios y llenaremos de gozo a todos los santos del cielo, sobre todo a todos aquellos que nos precedieron en la misma vocación. Dios derrama sobre nosotros todos los tesoros de su amor infinito.