32. La paciencia de Dios.
– Pues para eso nos concede como tregua los días de nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, según dice el Apóstol ¿No te das cuenta que la paciencia Dios te está empujando a la penitencia? Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. (36-38)
Se nos concede como tregua los días de nuestra vida ha dicho S. Benito. Esta frase del prólogo resalta la paciencia admirable de Dios. Y sobre todo nos tiene que llevar a descubrir su dulzura, que sirva como de antídoto contra cualquier clase de infidelidad.
Almas que posteriormente fueron muy santas, pasaron por periodos de tibieza y negligencia, Una A Sta. Teresa de Jesús, veinte años luchando contra la gracia .Ella misma dice que cuanto más le ofendía, más gracias derramaba sobre mí. Y esto le causaba una gran desazón. Hasta que llegó la hora de su conversión y esa monja disipada, que llegó incluso a dejar la oración por algún tiempo, se trasformó en la mística más importante que ofrece la Iglesia a muestra consideración.
Dios realiza un nuevo acto creador, un nuevo fiat, que pronuncia continuamente a fin de que el religioso tibio o negligente pueda seguir recibiendo gracias que le llevan a la conversión. Incluso abusando de estas gracias. ¡Cuánto deseáis Señor salvarnos, convertirnos! Más que nosotros mismos.
S. Benito toma de Rom 2, 4, las palabras propias para ensalzar esta paciencia. ¿“No te das cuenta que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia”? Dios no quiere la ruina del negligente, sino desea ardientemente su conversión. “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.”
A la vez que descubre al alma negligente los peligros que encierra su caminar, la proporciona los medios y gracias necesarios para salir de este estado. Y cuando lo consigue, como en la parábola del la oveja perdida, quiere que todo el Cielo se alegre con él.
Jamás comprenderemos los profundos misterios de la paciencia de Dios porque es insondable el amor que nos tiene.
Bajando al terreno práctico, podemos preguntarnos si estamos dispuestos a dar a Dios aquello que nos está pidiendo o permanecemos inmóviles e irresolutos.
Podemos examinar a ver si hay alguna causa que nos frene o retenga en la entrega total a la divina voluntad.
Corresponder con nuestras obras, ha dicho en párrafos anteriores. Espera todos los días que nos arrojemos en sus brazos diciendo:”Aquí estoy, señor para hacer tu voluntad” ¿Podremos defraudar esta esperanza y paciencia de Dios? Sería de lamentar el hacernos sordos a sus llamamientos, y no estar dispuesto a seguirle.
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