29. La gloria para Dios.
-Los que así proceden son los temerosos de Dios y por eso no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento, antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por sí mismo, sino por el Señor. Proclaman su grandeza, diciendo lo mismo que el profeta: No a nosotros, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Igual que el apóstol Pablo que tampoco se atribuyó éxito alguno de su predicación cuando decía, por la gracia de Dios soy lo que soy. Y también afirma en otra ocasión, el que presuma, que presuma del Señor. ( 29-32)
Para referir a Dios la gloria de nuestras acciones, S. Benito indica tres medios.
En primer lugar buscar únicamente la gloria de Dios al emprender cualquier obra:”los temerosos de Dios no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento.”
Tenemos que decir con el profeta: “No a nosotros Señor, sino a ti gloria”. Yo no tengo derecho alguno a la gloria porque esta es toda de Dios. Todo en nosotros reclama el derecho de Dios a recibir gloria de su criatura.
Con cualquier reflexión que sobre esto podamos hacer, procuremos que todas nuestras acciones estén marcadas con el deseo de glorificar a Dios.
En segundo lugar, durante la acción, apoyarnos únicamente en la gracia de Dios. “Antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por si mismos, sino por el Señor”, dice S. Benito.
La gloria de Dios es el fin esencial al que tenemos que aspirar. Su gracia el medio esencial para llegar a este fin. Sin la gracia vanos serán nuestros esfuerzos y proyectos.
Cuando su gracia está presente en nosotros, solo nos resta dejarnos guiar, de modo que podamos decir con Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Obra todo en nosotros, nos acompaña, nos guía, nos impele y las obras las ejecuta en nosotros. Nuestras fuerzas crecen con la abundancia de la gracia y es tanto más fuerte y abundante, cuanto menos la estorbe nuestra propia acción.
Si dejamos la gracia para obrar con libertad en nuestro interior ¡Cuantas cosas haría Dios en nosotros si lo dejásemos obrar!
En tercer lugar, después de cada acción atribuir a Dios la gloria, Así lo enseña S. Benito cuando sigue diciendo:”Proclaman su grandeza diciendo”.
La humildad no consiste en ver solamente los desordenes de nuestras obras, sino en atribuir a Dios y solo a Dios, lo que haya de bueno en ellas.”Quien se gloríe. Se gloríe en el Señor “
Todo bien procede de Dios, y lo malo es fruto de nuestro orgullo, de nuestra propia voluntad, de nuestra cobardía.
Debemos darle gracias por lo bueno y pedirle perdón por lo malo. Si bien no siempre somos capaces de ver todo lo que el Señor obra en nosotros, siempre podemos darle gracias porque a pesar de nuestra resistencia, sigue derramando sus gracias en nosotros,
Incluso debemos darle gracias con ocasión de nuestras faltas, porque nos ha librado de otras muchas y peores. Solamente su gracia es la que nos ha librado de caer mucho más hondo.
S. Agustín daba gracias todos los días por los pecados que le había librado de caer en ese día. Así mismo, Sta. Teresa del Niño Jesús se expresaba, cuando decía que mayor debe ser la gratitud por los peligros que nos ha librado de caer, que por el perdón después de la caída.
Quien se acostumbra a este modo de agradecimiento, no tardará en buscar a Dios con mayor rectitud y en fiarse de El únicamente. Sentirá cada vez más el auxilio de la gracia.