25.-Preguntemos al Señor como el profeta diciéndole, Señor ¿quien puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo? Escuchemos hermanos lo que el Señor nos responde a esta pregunta, y como nos muestra la morada diciéndonos, (23 y 24)
Preguntamos al Señor, dice S. Benito. ¿Cuándo debemos consultarle? No solamente en momentos cruciales de nuestra vida, sino en toda obra buena. Dios es la suprema regla del bien. El bien es lo que está conforme con su voluntad. Por tanto mejor serán nuestras acciones, cuanto más conformes estén con ella.
En el Padrenuestro decimos: hágase tu voluntad. Por lo que respecta a nosotros, tenemos que conocer esa voluntad para poderla hacer. Tenemos que conocer lo que Dios quiere de nosotros antes de cualquier obra, pues de lo contrario obraremos por capricho y llevados de nuestros gustos, haremos obras inútiles e incluso malas.
Antes de nada necesitamos luz para saber si lo que vamos a hacer es bueno, porque pensamos es voluntad de Dios. Y ¿quien puede iluminarnos si no es el Señor?
El conoce perfectamente lo que es bueno, Él solo puede decirlo, bien directamente por sugerencias de nuestra conciencia, bien sea externamente por medio de sus representantes. Por ello será muy provechoso, que antes de cada acción le preguntemos ¿Señor esta acción que voy a emprender, es conforme a vuestros deseos?
¿Señor, quien habitará en tu tabernáculo? O sea, esta acción me acerca a tu intimidad, a tu tabernáculo. Esto es en definitiva lo que hemos venido buscando al ingresaren el monasterio, la intimidad con Dios.
Durante todo el día, aún en las cosas más pequeñas, el fin al que deben tender nuestras acciones, aún las más ordinarias, es llegar a conocer esa voluntad de Dios, para realizarla fielmente.
Siempre podemos consultar al Señor. Expresa su voluntad en el evangelio, en la Escritura, la regla y constituciones.
Pero para llevar a cabo esa voluntad de Dios que hemos descubierto en nuestra conciencia y por cualquier otro medio, necesitamos luz para distinguir los deseos de Dios, de los deseos de nuestra naturaleza, de nuestro egoísmo. No seamos como el sarabaíta, de los que dirá S. Benito que lo que les agrada, dicen ser santo y lo que les desagrada no ser voluntad de Dios.
Dios nunca rehusará respondernos, unas veces por los gritos de nuestra conciencia, otras o por los consejos de nuestro padre espiritual. Moisés para escuchar a Dios tenia que estar en el tabernáculo y presentarse delante del arca de la alianza.
Nosotros para saber lo que Dios quiere de nosotros acudamos a nuestra conciencia, y también a aquel que nos pueda dar un buen consejo. Escuchemos al señor que por medios humanos nos responde y nos muestra el camino de su tabernáculo, como dice en el prólogo.
Es importante tener en cuenta las condiciones que ha de tener nuestra consulta, para que sea eficaz.
Hay que preguntar con rectitud y sinceridad, buscando verdaderamente la voluntad del señor y con la determinación de hacer lo que veamos ser su voluntad.
Digámosle: Busco señor vuestro reino, y los medios para llega a él, no quiero otra cosa. Y seguidamente hagamos silencio en nuestro interior, cesen los ruidos extraños, la agitación de nuestra alma. De lo contrario no podremos distingir la voz fe Dios, de la voz de las criaturas. Hay que oír atentamente sus palabras, la manifestación de su voluntad. Y cuando nos sintamos impacientes, procuremos serenarnos, uniendo nuestra voluntad a la del Señor. No tenemos que obrar al acaso, porque podríamos confundir su voz con las de nuestro egoísmo, amor propio…
En concreto procuremos obrar siempre después de haber reflexionado, aún en las cosas ordinarias, purificando nuestra intención.