22. –Ciñéndonos pues nuestra cintura con la fe, la observancia de las buenas obras, sigamos por sus caminos, llevando como guía el evangelio, para que merezcamos ver a aquel que nos llamó a su reino. (21)
San Benito nos ha mostrado como Dios nos llama al combate, nos despierta de nuestro sueño, nos alista como obreros para su viña, se ofrece a guiarnos y nos convida a la vida y la felicidad.
Ahora da un paso más, presenta la vida monástica como un gran viaje. En primer lugar señala el término del viaje: Para que merezcamos ver a aquel que nos llamó a su reino. ¿En que medida tenemos presente este término en nuestro vivir cotidiano?
Nuestra vida es ciertamente un viaje. No tenemos ciudad fija, vamos en busca de la permanente. Hay que aceptar todos los inconvenientes que llevan consigo un viaje, una peregrinación. Incomodidades, fatiga, inclemencias del clima, malos encuentros, y sobre todo el estar privados de continuo de las dulzuras de un hogar, de una patria, ya que no estamos en ella, sino que vamos a ella.
Pero consolémonos, pues nuestro viaje tendrá término y aparecerá un día en el horizonte la montaña santa y nuestra fatiga será recompensada con el gozo de haber llegado al fin.
No es lógico buscar y querer tener comodidades en una peregrinación. Sobre todo como en nuestro caso, que estamos rodeados de enemigos, que siempre nos acechan, invitando a buscar comodidades que nos alejen o distraigan de la meta que aspiramos alcanzar.
Miremos al reino que nos espera, “nos llamó a su reino”. Y encontraremos fuerzas para caminar con verdadera alegría.
En este párrafo también presenta el guía que nos acompañará en nuestro peregrinar. Nuestro guía es el evangelio. La regla es el modo peculiar que el Señor nos ha llamado a vivir el evangelio. En el PC, en el nº 2, al hablar de la “adecuada renovación” de la vida religiosa (no es el momento de entretenernos en estas dos palabras que utiliza, simplemente llamar la atención de que no habla de una cualquiera renovación, sino especifica diciendo adecuada), dice así: “Como quiera que la norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como proponer en el evangelio, este ha de tenerse por todos los institutos como regla suprema.”
Es el guía seguro que puede conducirnos en las difiultades, en los difíciles senderos que atraviesan el desierto de este mundo. Es un guía poderoso, que si le seguimos con fidelidad nada podemos temer. Es un guía firme, que ha resistido todos los ataques durante veinte siglos y que podemos tener la confianza de que saldrá vencedor, y nosotros también con él, si le seguimos. Siguiendo con fidelidad el evangelio, nada podemos temer.
En cuanto al equipaje para este viaje de peregrinación, cuanto menos mejor. Tanto más rápida y fácil será el caminar. Es necesario comenzar por despojarnos de todo lo superfluo. Es consigna evangélica: El que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo.
El único equipaje del peregrino evangélico, según S. Pablo, ha de ser: el ceñidor de la fe, que nos fortifica con sus potentes verdades, y que nos hace incansables. La túnica de la caridad en la práctica de las buenas obras, que a la vez que cubre nuestro cuerpo, protege del polvo del camino. Y las sandalias de la esperanza, que nos permiten andar ligeros venciendo todos los obstáculos.
Este es el equipaje de quien quiera llegar a la unión con Cristo: la fe, la esperanza, la caridad, las virtudes morales. Alcanzarlas, es la labor de cada día, a la que nos invita S. Benito a través de toda la regla.
Ciñendo nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos el camino, llevando como guía el evangelio, para que merezcamos ver a aquel que nos llamó a su reino, a la plenitud de la vida, al encuentro con Cristo promete ya en el prólogo.