20.- Y cuando cumpláis todo esto, tendré mis ojos fijos en vosotros, mis oídos atenderán a vuestras súplicas, y ante de que me invoquéis os diré:”aquí estoy”. (18)
El monje que ha combatido el pecado, practicado la virtud y ha trabajado continuamente en pacificar el corazón, según indicaba en el párrafo comentado ayer, le promete S. Benito inefables ternuras divinas. Lo hace a través de palabras tomadas del salmo 33, de Isaías y de las actas de martirio de S, Juliano.
Tendré mis ojos sobre vosotros dice en primer lugar. Si tanta es la solicitud de Cristo para con el pecador que llega a compararse con el pastor que busca la oveja perdida hasta encontrarla y la carga sobre sus hombros, y a celebrar una gran fiesta por la vuelta del hijo pródigo, ¿Cuánta más solicitud y amor derramará sobre un monje que está siempre pendiente de su voluntad?
Si los seres humanos, con todas las limitaciones de su condición, piensan continuamente en el objeto amado, se preocupen por él sin cesar, lo busca con su mirada y se regocija con su posesión, todo esto es una pálida imagen del gozo inefable que siente Dios mirando a su fiel obrero.
Esta mirada de Dios no solamente es una mirada de amor ardentísimo, sino también de un amor protector. Vigila y guarda a su hijo para que nada le falte, dispone las ocasiones con las que pueda santificarse, a veces ciertamente dolorosas a la naturaleza humana. Lo defiende como a la niña de sus ojos en las tentaciones y peligros. ¡Dichoso mil veces el monje objeto de las complacencias divinas!
Sigue diciendo S. Benito: Mis oídos atenderán a vuestras súplicas. A todos nos promete en el evangelio que cualquier cosa que pidáis se os dará. Sin embargo, cuantas oraciones sin resultado alguno ¿por qué? Porque esas oraciones no han sido como debían, por falta de la debida atención y del espíritu de fe requerido.
No es Dios el que falta al orante, sino este a Dios. Otras veces la gracia se nos concede como en germen, y falta nuestra cooperación a la misma.
No solamente alcanza las gracias necesarias a todos concedidas, sino también pide y alcanza cuanto es útil a la gloria de Dios.
Termina S. Benito diciendo:”cuando me interroguéis, os diré yo Aquí estoy”. (Iñaki traduce el “invocar”del texto latino por “interrogar”). Las palabras que el padre del hijo pródigo dirige al hijo mayor, “tu siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”, pueden ser las mismas que dirige Dios al alma fiel, pero sin ese deje de dolor que se desprende en la parábola a causa de la incomprensión del hijo mayor.
“Hija mía, dijo el Señor a Sta. Gertrudis, no te asombres que atienda a algunas oraciones tuyas por intenciones que ya has olvidado, porque como tu te adelantas a mis deseos, yo también me adelanto a los tuyos.”
Los dones de Dios no tienen más límites que nuestra capacidad. Y los santos crecen sin cesar esa capacidad bajo la acción de Dios. Derrama sobre el alma dones gratuitos de oración, de contemplación, la pureza de corazón.
Si dejamos a Dios libre el camino, si le dejamos obrar en nosotros a su gusto ¡qué haría con nosotros!
Nuestro Padre celestial tiene para todo el que le es fiel, tesoros infinitos, que le llevan a prevenir sus deseos y aún mucho más de lo que pudiera imaginar.