18.- Buscándose un obrero entre la multitud, a la que lanza su grito de llamamiento vuelve a decir: ¿Hay alguien que quiera vivir y pasar días prósperos? (Pro 14 y 15).
El Señor busca obreros para su campo. La labor a la que llama es buscar la gloria de Dios que debemos procurar mientras estemos en este mundo. Este campo es nuestra alma que debemos trasformar en imagen de Cristo, para su gloria.
Dios en su infinita caridad ha querido unir su interés al nuestro, de modo que no podemos glorificarle sin santificarnos, ni santificarnos sin glorificarle. Cuanto más procuremos su gloria más adelantamos en el camino de la configuración.
La mejor obra que podemos hacer para glorificar a Dios y extensión de su Reino, es nuestra configuración con Cristo. En otras palabras, nuestra santidad. Cuento más cerca y brillante esté esta imagen de Cristo en nosotros, más brillara la gloria de Dios, la iglesia, Cristo, aunque estemos muy ocultos.
El campo donde debemos trabajar es suyo y nuestro. Para él y para nosotros. Tenemos que cultivarlo arrancando las malas hierbas de los defectos y pecados, y cultivar y hacer florecer las virtudes.
Dios quiere obreros. El ciertamente dirige la obra, nuestra configuración con Cristo, el hace todo el trabajo, sin el nada sabemos ni podemos hacer en el orden de la gracia. Pero por otra parte, él no puede hacer nada sin nosotros. Nuestro concurso le es necesario. Así lo ha querido él. No quiere obrar en el mundo si no es a través de nuestros manos y por esto busca obreros.
Parece casi una blasfemia que el Dios omnipotente necesite de mí. ¡Dios me necesita! Ya que es conmigo y a través de mí como se hace presente Cristo en el mundo, en la Iglesia, en la comunidad, continúa su obra redentora. Pío XII lo dejó bien claro en la Encíclica Mystici Corporis. En ella dice como Cristo, siendo la cabeza, no puede prescindir de los miembros, porque si no es a través nuestro, no puede hacerse presente en nuestro mundo. Así lo ha querido Él.
Que honor tan grande para una pobre criatura, ser obrero de Dios, trabajar bajo sus órdenes, trabajar con El, y poner las facultades al impulso de la gracia, cooperar a la salvación del mundo con Cristo. Extender su redención a los lugares más remotos. Para esto quiere sus obreros y los necesita tanto en el campo misionero, como en la vida oculta, y como decía Pío XI en su carta a los cartujos. Para que un árbol sea frondoso, alto y resista vientos y sequías, necesita profundas raíces ocultas que le dan vida.
Pero ¡tiene tan pocos obreros! Llama y apenas hay quien le escucha, aún entre aquellos que externa y oficialmente estamos unidos a El con unos peculiares lazos, como obreros de su viña.
Podemos mirar nuestro interior y observar cual ha sido nuestro trabajo en la viña del Señor ¿Hemos sido obreros laboriosos, o más bien perezosos?
El salario que promete, son la vida y la felicidad. Dos cosas unidas inseparablemente entre si igualmente inseparables del servicio divino. La vida, es decir el libre crecimiento en orden a nuestro fin, no lo encontraremos si no es siendo fieles a su seguimiento. Cuando todas nuestras facultades están empleadas en el divino servicio, es cuando vivimos la vida verdadera. En cuanto a la felicidad, se aumenta con la vida, pues Dios nos ha hecho para sí, y no podemos encontrar descanso si no en él. El más feliz es el que está más unido con Cristo con los lazos del amor y la entrega a su causa. Tal es el salario que nos promete: la vida y la verdadera felicidad, en este mundo y en el otro.