15.-Levantémonos de una vez, pues la Escritura nos espabila diciendo,” ya es hora de levantarnos del sueño. (8)
S. Benito, haciendo suyas las palabras de S. Pablo a los romanos, anima al monje a no dejarse llevar de la somnolencia.
Hay varias clases de sueños. El sueño profundo del pecado, durante el cual nada podemos hacer de valor, tiempo totalmente perdido.
El sueño de la tibieza, más fácil de infiltrarse en la vida del monje. Somnolencia y adormecimiento durante el cual nos hacemos la ilusión de que oímos, obramos, comprendemos lo que se dice o hace a nuestro alrededor. Pretendemos vivir en verdad, pero en este caso las acciones tienen un mérito sobrenatural muy escaso.
Por último el sueño de la pereza, de la cobardía, del aburrimiento, de las divagaciones, que es más un desvarío de la imaginación que una aplicación verdadera del espíritu. Distracciones consentidas en el oficio divino, en la oración, en el trabajo, en todas partes.
De cualquier clase que sea nuestro sueño paraliza más o menos nuestras facultades.
La consecuencia que saca S. Benito de lo dicho hasta este momento en el prólogo le lleva a exhortarnos para sacudir el sueño que pudiéramos tener, porque somos hijos de Dios; porque nuestra negligencia le contrista; porque la pereza nos expone a ser desheredados; porque no tenemos que abusar de la bondad del Padre, pues le hiere nuestra tibieza.
Ya es hora de despertarnos. Pudiera ser que se hubiera querido sacudir el sueño, pero todo ha sido darse una vuelta en la cama para volver a dormirse de nuevo.
Si no nos levantamos prontamente, no estaremos preparados en el momento que el Señor nos llame para ir a su encuentro. La gracia nos espera, pero puede suceder también que pase la gracia y no vuelva.
Dios nos despierta con infinito amor de Padre, pero también nos dice Jesús en el evangelio que si se llega tarde nos dirá:”En verdad os digo, que os desconozco” Desgraciado es aquel que como las vírgenes necias, espera a la llegada del Esposo para encender las lámparas.
Que desventura sería si empleáramos en dormir un tiempo precioso, en el que tenemos que dar gloria a Dios y salva r a los hombres, además de procurarnos la felicidad eterna.