14,- Porque efectivamente, en todo momento hemos de estar a punto de servirle con la obediencia con los dones que ha depositado en nosotros, de manera que no nos llegue a desheredar un día como padre airado, a pesar de ser sus hijos.- (6)
S. Benito presenta en este párrafo el dominio soberano de Dios sobre sus criaturas. No nos pertenecemos. Somos esencialmente de Dios. Nos ha creado para procurar su gloria. Quiere hacernos felices pero con la condición de que aceptemos su voluntad. No puede darse nuestra dicha fuera de su santo servicio. Todo lo ha hecho para su gloria y no puede cederla a nadie.
Nadie vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Pertenecemos a Dios por razón de nuestra naturaleza creada. Somos sus siervos, y no podemos dejarlo por otro, ni vivir a nuestro gusto. No podemos en manera alguna sustraernos al dominio de Dios. Hemos sido creados para su gloria.
S. Benito precisa que esta obediencia que debemos a Dios por ser sus criaturas, se extiende a todo tiempo: “Sea que comáis, sea que bebáis, sea que hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” dice S. Pablo.
Por ser criaturas de Dios, tenemos como consecuencia que buscar en todas nuestras obras la gloria de Dios. Todos los momentos de nuestro día, pertenecen a Dios y son para darle gloria.
¿No habrá algunos robos de este tiempo, que es de Dios, para buscarnos a nosotros? Acciones que solo buscan nuestro gusto, por vanidad.
En este párrafo, también hace referencia S. Benito de los bienes que ha depositado en nosotros, para llenar este cometido de darle gloria. Estos dones no son propiedad nuestra, son de Dios. Instrumentos que nos ha prestado para trabajar para su gloria. Así nuestra inteligencia se ha de emplear para conocer esos bienes interiores y exteriores, para llegar al conocimiento del verdadero bien. La voluntad no deberá apegarse a ellos, sino en tanto en cuento ayudan para amor a Dios. Todas nuestras facultades deben ser como obreros que trabajan al servicio divino.
De Dios nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones. No podemos apropiarnos estos dones sin cometer un hurto. No es el momento de reflexionar como estos dones o cualidades que tenemos, son materia del voto de pobreza, pues no nos pertenecen en propiedad, después de nuestra entrega total en la profesión monástica.
Un comentario y explicación de todos estos pensamientos que S. Benito ofrece en estos párrafos del prólogo, los encontramos en la meditación del Principio y Fundamento de S. Ignacio, cuando reflexiona sobre el fin y uso de las criaturas.
El deseo incontrolado de libertad que impera en nuestra sociedad, nos puede hacer olvidar o paliar esta dependencia que como criaturas tenemos de Dios.
La imagen de Dios como padre, que ofrece aquí s. Benito, está más bien marcada por el temor que por el amor. Dice que puede desheredarnos como hijos si no nos portamos como tales.
Cierto que en la medida que crecen las infidelidades, pueden escasear los auxilios divinos y llevarnos a una completa ruina como lo muestra repetidamente, por desgracia, la experiencia. La pérdida de la vocación o de la fe no se realiza en un momento. Son la suma de una serie de infidelidades.
En realidad no hay por qué dudar de todo esto. Pero para mover el corazón a una verdadera conversión es mucho más eficaz que reflexionemos otras facetas que encontramos en la revelación, sobre todo en el NT. Se nos manifiesta como amor y misericordia. El amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo. Pero si el corazón endurecido no se convirtiese al amor, el temor puede servir de freno ante el mal.