44.- Monje.
Antes de entrar en el comentario del texto, nos detenemos en otro aspecto interesante para mejor comprende todo lo que después se irá exponiendo. Analizar la palabra “monje”.
De acuerdo con su etimología monachus derivado del adjetivo “monos” y del sufijo multiplicativo “che”, “cha” y finalmente “chos”, en los escritores profanos de la edad clásica helenística, significa: de un solo modo, de un solo lugar, simple, único en su género, singular, solitario, según el contexto.
En la documentación cristiana, anterior al uso de monachus en su sentido técnico de monje, nos encontramos con el testimonio preciso del Evangelio de Tomas, El término aparece en la versión copta, y está compuesto hacia el año 140. Representa la traducción precisa de un vocablo siríaco con el sentido de “separado”, “elegido” y muy especialmente “célibe.
Con Eusebio de Cesareo y S. Atanasio empieza a utilizarse el vocablo “monachos” como nombre corriente y de un significado tan conocido que no precisa explicárselo a los lectores. Lo emplean para designar ya de una manera técnica a los nuevos ascetas, en el sentido de célibes.
Para ambos autores el monje es ante todo un imitador de Cristo y de sus discípulos que se separa para también liberar y unificar.
En suma, en la literatura del siglo IV, la edad de oro del monacato el termino técnico “monachus” significa separado y célibe.
Monachos fue latinizado convertido en “monachus” adquirió derecho de ciudadanía en las letras romanas, sobre todo debido a S. Jerónimo, con el que designa principalmente la condición del solitario, del apartado del trato de las gentes del mundo.
A medida que trascurrían los años, se hacía más preciso insistir en esta acepción. Otros textos hacen hincapié en la idea de “unidad”: unidad de pensamiento, unidad de conducta, unidad de propósito.
Gradualmente, el significado de monachus se ha ido dilatando hasta cubrir prácticamente toda clase de ascetas. Esta nueva acepción predomina en los escritos de Casiano. S. Agustín solo conoce este sentido secundario.
Cuando escribe S. Benito su Regla, estaba ya notablemente enriquecido y calificado. Constituía una especie de título de nobleza espiritual. Lo habían llevado con dignidad personajes eminentes por su santidad y celestial sabiduría, desde S. Antonio hasta S. Honorato.
Autores espirituales de gran talla de esta época lo han ensalzado en gran manera, rodeándolo de un halo de temas espirituales que revelaban en lo posible, el profundo misterio que entrañaba.
El monje no era solo el célibe, el separado, el solitario. Era también el filósofo por antonomasia, el atleta, el soldado de Cristo, el nuevo mártir, el émulo de los Ángeles.
Lo que desde esta época ve ya la teología cristiana en el monje es: “el tipo del hombre nuevo tal como aparece a los ojos de la fe”. Un hombre que “aspira a ser cada vez más íntimamente la imagen de Cristo muerto y resucitado. Que esta en el mundo pero no es del mundo, pues su vida está escondido en Cristo, en Dios y es toda ella un cántico de alabanza a la gloria del Padre; resucitado con Cristo, no busca más que las cosas del cielo. Es verdaderamente ciudadano de otro mundo, el que es esperado y que aparecerá con todo su explendor al final del tiempo, pero que ya ha irrumpido con Cristo resucitado, en el siglo presente”.
A modo de ejemplo veamos un solo texto de Filomeno de Maguncia con los apelativos que se le aplicaban:”renunciante, libre, asceta, venerable, crucificado para el mundo, paciente, longánimo, espiritual, imitador de Cristo, hombre perfecto, hombre de Dios, hijo querido, heredero de los bienes del Padre, compañero de Jesús, portador de la cruz, muerto al mundo resucitado para Dios, revestido de Cristo, hombre del espíritu, ángel de carne, conocedor de los misterios de Cristo, sabio de Dios”.
En este contexto ideológico, no es extraño en la RB monachus posea resonancias gloriosas y exigentes. Programa de santidad para los que quieren honrarlo, y constituye un reproche permanente para los que lo llevan indignamente.
Finalmente tiene un sentido apremiante y un valor de edificación, es un título que obliga, un programa de vida de santidad.
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