TIEMPO ORDINARIO
Sábado 18º
LECTURA:
“Mateo 17, 14-19”
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: Señor, ten compasión de mi hijo que tiene epilepsia y le dan ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.
Jesús contestó: ¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo. Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: ¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros? Les contestó: Por vuestra poca fe.
Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible.
MEDITACIÓN:
“¡Gente sin fe!”
Oída así esta exclamación de Jesús podría parecer que se dirige a cualquiera que pone de manifiesto su ausencia de fe, es claro. Pero resulta que no, que si dirige precisamente a quien se supone que tiene que tener bastante fe que son precisamente sus discípulos. La verdad es que no nos parece que sea fácil curar a un enfermo, pero ellos habían recibido ese poder, aunque parece que más allá de sus inicios de entusiasmo, algo se va diluyendo. El tema es que Jesús no sólo se atreve a decirles que no tienen fe, sino a llamarle perversos, como no hace mucho había llamado Satanás al buen Pedro. Y es que también a Jesús le desborda en ciertos momentos nuestra falta de confianza en él a pesar de todas sus manifestaciones y de las nuestras.
Y si eso afirma de los discípulos qué no podría decirnos a nosotros, cuando puede palpar también la pobreza de nuestra fe y nuestras respuestas muchas veces contradictorias entre lo que creemos y decimos creer. Y es que es fácil movernos en la teoría, en la emoción de las afirmaciones, pero que cuando se tienen que poner de manifiesto a la hora de la verdad es cuando tenemos el riesgo de hacer agua.
Y eso que no parece que Jesús nos vaya pidiendo grandes dosis de nada. Sabe de nuestro proceso lento, que nosotros mismos experimentamos. Y así hace referencia a una fe, al menos como un grano de mostaza que, como él mismo recordó en una de sus parábolas, era la más pequeña de las semillas; aunque eso sí, con un gran potencial dentro de ella para desarrollarse y crecer. Tal vez el mismo potencial que tiene nuestra fe, que nace pequeña a la fuerza, pero que está llamada también a hacerse grande en nosotros de manera que puede acoger y cobijar a muchos.
Pero no podemos escudarnos en ese proceso para ralentizarlo o estancarlo. La fe,
como casi todo, no es algo que se tiene en la vida de una vez y para siempre con sólo asomarse a ella. Lo mismo que no crecemos nosotros con sólo asomarnos a la vida. Somos una potencialidad abierta, llamada a desarrollarse, a crecer, y hay que tener una dosis de inconformismo ilusionado con nosotros mismos para irla potenciando, desarrollando, a lo largo de toda nuestra existencia, si no queremos frustrar nuestro propio proyecto personal, algo que muchas veces dejamos de empujar y vamos haciendo nuestro camino, en el mejor de los casos, en una especie de ralentí en lugar de en una marcha que nos permita avanzar en lo mejor de nuestra capacidad. Es un poco triste que nos sea más fácil trabajar lo material que nuestra propia realidad personal total. Y ahí la dimensión de nuestra fe es primordial cuando, en ocasiones o para muchos, es la primera en ser rechazada o la última en ser acogida.
No nos asustemos por la dura afirmación de Jesús, sino aprovechemos para que nos sirva de estímulo. Sabemos que no se trata de mover montañas externas, pero sí muchos obstáculos internos, más grandes muchas veces que ellas, y que nos impiden avanzar, nos frenan o no nos dejan ver la perspectiva de todo nuestro rico paisaje interior que nos abre al bien personal y al de quienes a nuestro lado necesitan del milagro de nuestra cercanía, de nuestra mano tendida, de nuestra disponibilidad, actitudes que pueden generar auténticos milagros de vida a nuestro alrededor. Por eso, hagamos todo lo posible para no estancar la mayor fuerza que nos viene de él. La fuerza de nuestra fe.
ORACIÓN:
“Vivir con gozo”
Señor, tienes razón y motivos suficientes para llamarnos cualquier cosa. Necesitamos en ocasiones que se nos dé un meneo para que no nos durmamos. Para que recordemos qué es lo que llevamos entre manos, o mejor, qué es lo que de verdad está moviendo o puede mover nuestra vida, cuando en ocasiones damos la sensación de lo contrario, de que nuestra fe se adormece y hasta nos paraliza, porque no sabemos responder desde ella, y la escondemos o neutralizamos con cualquier tipo de justificación; y en lugar de servir de luz y estímulo somos motivo de indiferencia o de rechazo. Por eso, Señor, no tengas miedo en darnos esos toques de atención para que despertemos, para que no olvidemos lo que hemos recibido y lo que somos, para que seamos conscientes de nuestro papel de cara a ti, a nosotros y a los otros. Sigue ayudando y empujando mi andadura, pero sobre todo que la sepa vivir con gozo, porque si no el camino se hace imposible, convencido de que, a pesar de lo que vivo en mí y en mi entorno, ahí me lo juego todo. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Ahí estás tú”
Muchas veces me pierdo
o me abandono
creyendo que todo está hecho,
cuando todo está por hacer,
cuando nada se repite,
y cada día es una aventura,
un riesgo ilusionado que correr,
aunque sea en nuestras sombras;
tal vez el espacio más viable
para no paralizarnos
y poner en juego nuestra fuerza
que en ocasiones creemos frágil.
Pero ahí estás tú,
que sigues empujándolo todo,
descubriéndome el camino,
capaz de derribar mis muros,
de hacer crecer mis semillas.
Deja una respuesta