El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo B

TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

 

EL CUERPO DE CRISTO

 

 

LECTURA:         

“Marcos  14, 12‑16. 22‑26”

 

 

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:   «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» 

Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» 

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» 

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.  Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» 

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. 

 

 

MEDITACIÓN:        

“La alianza”

 

            Tal vez no signifique mucho para nosotros estos términos de alianza, porque podemos considerarlos algo del pasado que ya no pertenece a nuestro ámbito. Y es cierto que de alguna manera, es verdad. Pero lo que no cabe duda es que, a pesar de todo, no podemos romper con toda una realidad que atraviesa la historia de un pueblo, del que de alguna manera somos continuación, y que culmina en Jesús, aunque ciertamente lo supera.

 

            Y es que Jesús, lo sabemos, es el culmen de esa historia, y expresa o condensa y plenifica toda esa andadura de siglos en la que Dios quiso manifestar a través del pueblo de Israel su alianza de amor con el hombre. Una historia siempre desigual en la que Dios mantiene constante su palabra, su fidelidad, a pesar de la respuesta del pueblo rota una y otra vez.

 

            Pero el Señor es fiel, y llevará adelante su promesa de amor a pesar de todo. Jesús será la realización de la promesa definitiva, y con él seguiremos escuchando ese “tanto amó Dios al mundo que aún siendo nosotros pecadores envió a su Hijo”. Y sí, en la entrega de su vida, en ese llevar hasta el final el amor de Dios en su propia persona, Jesús será la expresión definitiva a través de la cual Dios ya no puede hacer más que entregarse a sí mismo.

 

Su cuerpo y su sangre, toda su persona, todo su ser humano y divino, expresión más tremenda del amor en el que Dios mismo se vuelca, se hace alianza, promesa definitiva, fidelidad total, que culminará todas las alianzas fallidas por culpa del hombre, y que ya no necesitará de otras, porque Dios ya no puede poner más de lo que ha puesto, todo su ser.

 

            Y esta alianza, aunque no usemos su nombre, sigue en pie ya de manera plena y definitiva como nadie lo podía haber imaginado antes. Jesús muerto y resucitado nos recuerda el amor pleno y total de Dios desde el inicio de la creación, que sólo nosotros, los hombres, hemos podido y podemos romper o rechazar.

 

            Y la eucaristía va a ser la expresión continua de este amor desigual, de esta alianza de Dios con nosotros, que se sigue dando, que nos sigue ofreciendo su cuerpo y su sangre, su vida, su ser, para vivir desde él, para acoger en nosotros la fuerza de ese amor transformador de nuestra vida y de nuestra historia, en la medida que somos capaces de dejar que entre en nosotros o de entrar nosotros en él.

 

            No, no es un mero recuerdo, es una realidad actual, presente. La eucaristía es la certeza de ese “Dios con nosotros” que resonó en el momento de la encarnación y que fue el inicio de esta historia definitiva del cumplimiento de una alianza en la que estamos llamados a seguir adentrándonos para responder a su amor con el nuestro. Cierto que siempre estará detrás del suyo, pero está llamado a crecer, si le dejamos y lo trabajamos, hasta plenificarse por pura gracia de su amor, cuando, como él dice, podamos beber juntos el vino nuevo en el reino de Dios.

 

ORACIÓN:       

“Tarea de amor”

 

            Gracias, Señor, por darte de esta manera. Por quedarte en la eucaristía. Por hacerte pan y vino, y manifestarnos de ese modo hasta qué punto entras en nosotros, te identificas con cada uno, y nos vinculas unos a otros a quienes te recibimos. Hasta qué punto nos dejas entrar en tu ser, formar una realidad contigo. Pienso que todavía no hemos sido capaces de entender la grandeza desbordante de esta realidad. Señor, ayúdame a adentrarme en ella. Ayúdame a sentir que me haces parte de ti, que te me haces tú. Ayúdame a sentir, del mismo modo, mi unión con quienes comparten conmigo esta comunión que nos vincula en una alianza de amor. Señor, soy consciente de que no estamos jugando con ritos, por eso te pido que me ayudes a experimentar en ellos la fuerza de tu presencia salvadora, y el empuje para hacer de mi vida, como la tuya y contigo, esa tarea de amor que tanto necesito y necesitamos. Ayúdame, Señor. Gracias.

 

 

CONTEMPLACIÓN:       

“Amor sin límites”

 

No has querido darnos

solamente palabras,

y has tomado un cuerpo

para hacerte don,

para volcarte y desbordarte,

hasta romperte,

hasta vaciarte

en tu última gota de vida.

Cuerpo y sangre,

roto y derramada;

amor sin límites

de un Dios incomprendido

pero que sigue amando

y salvando.

Alianza y realidad,

promesa eterna de vida.

 

 

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