PASCUA
Sábado 2º
LECTURA:
“Juan 6, 16‑21”
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo:«Soy yo, no temáis.»
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
MEDITACIÓN:
“Andando sobre el lago”
Dicen los sociólogos, especialistas en poner nombre a las cosas, a las situaciones, a los momentos por los que parece que atravesamos o podemos estar atravesando la sociedad, que si no todos, sino de una manera general o bastante extendida como para hacer generalizaciones, estamos viviendo ahora etapa de “modernidad líquida”.
Una sociedad ya no postmoderna, blanda, “light”, como se ha venido definiendo en otros momentos, sino que parece que estamos dando más pasos y aquella especie de “blandura”, ha pasado a convertirse en líquida, es decir, algo más blando si cabe, algo en lo que nos hundimos, por una ausencia total de valores, donde no hay forma de hacer pie, flotando como cada uno quiere y puede, moviéndonos entre dos aguas o entre muchas, subiendo y bajando al ritmo de la posibilidad o el capricho de cada uno, cambiante, incierta, marcada por el ambiente fácil, consumista, porque no hay una finalidad a la que poder dirigirse.
Sí, y algo de eso o bastante vislumbramos y nos afecta en mayor o menor grado o, al menos, nos puede afectar porque está ahí, y no somos ajenos a ello. Y no sé si tiene mucho que ver, pero el lago y el ver a Jesús andando sobre él me ha traído este sentimiento que está resonando con fuerza. Porque cuando hay confusión, cuando no se sabe a dónde se va o dónde se quiere ir, cuando la incertidumbre se adueña de nosotros, cuando vivimos los valores a medias o los dejamos aparte para ser utilizados según los momentos o las circunstancias, puede suceder que todo se nos tambalee, que esté apoyado en la inseguridad y que, por lo tanto, puedan surgir todo de fantasmas y miedos que nos pueden frenar o condicionar el camino.
Agua, liquidez, inseguridad, incertidumbres, dudas, perdidas o ausencias de sentido, pienso que de una manera o de otra y en diferentes momentos, según las circunstancias, es fácil que atraviesen nuestras vida, sencillamente porque no somos de piedra y las cosas nos afectan. Y eso pienso que habría que decir que es normal y bueno, porque nos hacen o nos pueden hacer preguntarnos y plantearnos los momentos y las respuestas que vamos dando a la vida. Pero eso no significa o debe significar vivir en la blandura o en la liquidez. El problema no son las experiencias sino las respuestas que somos capaces de dar.
Y es ahí donde me ilumina y viene en mi ayuda el gesto de Jesús. Más allá de que anduviese encima del agua o fuese nadando, Jesús sabe de dónde viene y a dónde va. En su vida también hay muchos terrenos inseguros debajo, bien lo sabemos. Muchas cosas le tambalean o le quieran hacer tambalear. Ayer mismo lo veíamos ante la tentación de ser elegido rey, y a la que responde yendo a orar a un lugar apartado. Es decir, pone los medios para que nada rompa su camino. No, Jesús nos es inocuo a todo lo que le rodea, le afecta y le tienta. También lo sabemos, lo hemos visto y los evangelistas no lo esconden, porque entonces no nos serviría de referencia, de luz, de fuerza, de estímulo.
Jesús, en medio de todas esas situaciones, es capaz de andar por encima, de no dejarse hundir. Las cosas son lo blandas, líquidas, o etéreas que nosotros queramos hacerlas, o cómo nos queramos meter en ellas. Y eso, generalmente lo da el tener un fin, una meta clara, como la tuvo él. Cuando no hay proyecto de vida, o una coherencia firme, Cuando nuestra fe se apoya en una piedad buena, pero sin más, pero no hay una experiencia fuerte que nos guíe y arrastre, que nos cautive y enamore profundamente, y se convierta en una experiencia desde la que trabajar ilusionada y esforzadamente, porque nos va mucho en ello, cualquier cosa nos puede arrastrar o hundir.
Y si algo nos permite vislumbrar todo esto en toda su fuerza es el acontecimiento pascual de Jesús, llamado a iluminar nuestro horizonte y nuestros pasos, a pisar firme, sobre arenas movedizas o sobre el agua, porque con él y desde él sabemos bien el camino abierto y a dónde vamos o queremos ir. Al menos él lo ha hecho posible.
ORACIÓN:
“No dejarme hundir”
Señor, gracias por ayudarme a pisar firme en medio de mis incertidumbres. Gracias porque tu horizonte me guía y me estimula, y me permite saber a dónde o por dónde tengo que dirigir mis pasos, a pesar de los vaivenes o de las inseguridades que me rodean, y que no son pocas. Gracias, Señor, porque además de ofrecerme tu fuerza, me permites descubrir la fuerza que hay en mí, y eso es tal vez lo más importante cuando creo que ya no puedo nada, o que sólo dependo de fuerzas externas, cuando precisamente tú me ayudas a descubrir min potencial interior. Gracias, porque en ti sigo descubriendo que hay horizonte en mi camino pero que, además de haberlo abierto tú, soy yo quien lo tengo que andar y que puedo andarlo. Que sólo yo puedo andarlo en mi lucha de cada día. Lucha que no puedo evadir porque sería como renegar de mi capacidad de ser y de crecer. Gracias, Señor, y ayúdame a no dejarme hundir por mucho que se tambalee mi suelo. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Mi tierra firme”
No hay tierra firme
en mi interior.
Mi barro es frágil
y pronto hace que mis pies
se hundan o resbalen.
Mis seguridades
se desvanecen pronto,
y tanto más fugaces
cuanto más creo su firmeza.
Hasta que descubro, Señor,
que eres tú mi tierra firme,
y que si el suelo se tambalea,
bajo los pies de mi corazón,
y un sinfín de aguas
parecen querer derribarme,
tú aferras mis pasos
y los reafirmas en ti.
Deja una respuesta