Viernes de la Semana 3 de Cuaresma – 2

CUARESMA

Viernes 3º

 

 

LECTURA:              

“Marcos 12, 28b‑34”

 

 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que habla respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

 

 

MEDITACIÓN:              

“Vale más que todos los holocaustos”

 

            En principio tendríamos que decir que ya lo sabemos y que lo tenemos claro, pero a la hora de la verdad no es así. Ha sido el caballo de batalla de siempre, desde el comienzo, la gran llamada de atención de Dios a través de sus mediaciones, el recordar que la relación del hombre con él pasa por las relaciones mutuas antes que por cualquier tipo de realidad cultual. Pero, lo aparentemente lógico, vamos a lo fácil y a lo que no compromete la vida.

 

            Y así nos hemos seguido conformando y justificando con cultos, seguramente bien, muy bien hechos, pero que en poquito, al menos para algunos, incidían en la vida. Culto y vida cada uno por su lado, algo que no encaja en el proyecto de Dios para con los suyos, pero a que muchos de los suyos nos es más fácil realizar.

 

            Lo recordábamos al comienzo de este tiempo al señalar lo fácil que nos es poder poner en este tiempo “cositas”, aparentes sacrificios o “penitencias” que nos pueden hacernos sentir bien pero que no tocan lo fundamental de la vida,  y que cuando se pasa este tiempo todo vuelve a ser como antes. Y así vamos pasando tiempos, cuaresmas, cultos, celebraciones, pero la vida se nos estanca.

 

            Esta respuesta del escriba recoge ese sentimiento manifestado ya desde tiempos proféticos, el amor que incide en los otros, especialmente en las actitudes de justicia, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Sentimientos que recogerá Jesús en muchas ocasiones, con frases parecidas, como “misericordia quiero y no sacrificios”, o cuando vayas a poner tu ofrenda ante el altar y recuerdes que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano”.

 

            Porque el amor, el de verdad, el que no apaga el primer vientecillo o tormenta que surge, es exigente. El amor exige mirarse y reconocer la realidad, y seguramente dar un giro en ella. Y eso altera, es incordioso, humilla y exige asumir actitudes en la vida que afectan a todas las relaciones, con lo que puede incluso suponer de rechazo de unos, de superar o pasar por encima de incomprensiones, y un largo etcétera de situaciones que nos llevan a que cada uno se las apañe como pueda.

 

            Pero nuestra fe nos está haciendo una llamada. Las actitudes que surgen desde Jesús no son algo que afectan a un grupito de gente metida en su bola. Es una respuesta que está llamada a dar un vuelco no sólo a la propia vida sino a toda la realidad en la que nos movemos, a todo hombre, porque está tocando el sentido de su existencia, de su dignidad, a la que no podemos renunciar. No es algo que hemos recibido para nosotros, sino para ayudar a descubrir la grandeza y potencialidad de lo que somos y estamos llamados a ser.

 

            Todo ello está inserto es ese mandamiento que se desdobla en Dios y en los otros y que se retroalimentan mutuamente y, además, luego se celebra. Lo podemos celebrar en ese culto que nos ayuda a crecer, a mantenernos, a seguir ahondando, profundizando, actualizando, potenciando, enriqueciendo, porque esa es tarea que no cesa, que no acaba,. Y es que somos fruto de nuestro caminar, de nuestros procesos, de nuestras limitaciones y hasta de nuestros pecados, pero los cuales no están para frenarnos, aunque lo puedan hacer, sino para estimularnos más en el deseo y en el empeño. Si lo tenemos claro, como ese hombre, estamos en el camino cuaresmal y vital.

 

 

ORACIÓN:              

“Tú eres el camino”

 

            Señor, qué lento es nuestro caminar, cómo nos echan atrás las dificultades, cómo a la hora de la verdad vamos a lo fácil y tratamos de justificarnos con los mínimos, pero que al final no nos llenan ni a nosotros. Y entonces, notamos que nuestra fe pierde peso, y que se mantiene más por la fuerza de la tradición que por la convicción que nos estimula, que nos ilusiona, que nos mantiene en esa tensión abierta, desde la que responder en cada momento a las circunstancias concretas en las que nos movemos, porque así nos lo enseñas a hacer. Señor, ayúdame a seguir abriéndome a la fuerza de tu amor, si no parto de ahí es casi imposible que dé más pasos. Enséñame a traducir sus consecuencias en mí y en los otros. Y, también, Señor, que la realidad que me rodea, con sus luces y sombras, me descubran que tú eres el camino, y encuentre en ti la fuerza para poder adentrarme en ella. Ayúdame, Señor, gracias.

 

 

CONTEMPLACIÓN:              

“No quiero ecaparme”

 

No quiero escaparme, Señor,

no quiero esconderme

para justificar mi comodidad

ni mis miedos a mí mismo.

He descubierto que la vida

es para vivirla no para evadirla;

que la vida tiene una parte de fiesta

y mucha más parte de lucha,

y que hay que construirla,

y no de cualquier manera.

He sentido que la fuerza del amor

es capaz de mover la historia,

la mía y la de todos,

sin romanticismos tontos,

para salvarla de nuestros abandonos

y de nuestras propias locuras.

Y no quiero escaparme, Señor,

quiero ayudar a construirla.

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