Desde mi barro
elevo mi mirada
para descubrir
ese resquicio de luz
que me mantiene vivo,
y que me recuerda
que el camino no se cierra
cuando tú entras en él.
Levanto mis manos,
como un náufrago
que quiere agarrarse
a una tabla de salvación
cuando ya no queda nada.
Y tú estás ahí,
extendiendo tu brazo,
tomando mi vida,
salvando mis retazos,
recomponiendo mi esperanza.