Domingo I de Adviento – Ciclo B

TIEMPO ADVIENTO – CICLO B
 
Domingo 1º
 
 
LECTURA:              
«Marcos 13, 33-37»
 
 
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad! 
 
 
MEDITACIÓN:           
«Vigilad»
 
 
Comenzamos un nuevo año litúrgico que abrimos con el tiempo de adviento. Unos días que nos llegan siempre cargados de esperanza, que es lo que más necesitamos en medio de tantas realidades y de tantos mensajes que nos la quieren apagar. Los hombres necesitamos esperanza. No una esperanza que se nos quede en la materialidad de las cosas, sino que responda a nuestros anhelos más profundos, esos que brotan de nuestro interior y que, muchas veces, nosotros mismos, al mismo tiempo que la deseamos, le ponemos frenos o le cerramos el paso.
 
Este primer domingo, en línea con los últimos mensajes que hemos escuchado en días anteriores, y queriendo ayudarnos a que en esta primera parte del adviento miremos hacia la plenitud a la que estamos llamados, como algo que sólo podemos recibir de Dios, nos invita a vivir despiertos, atentos, vigilantes sobre nosotros mismos, para que ante tantas voces que nos envuelven, no nos dejemos seducir más que por una, la suya.
 
Y es que, como sabemos, porque lo constatamos no solo fuera de nosotros, sino en nosotros mismos, tenemos la tentación de dejarnos llevar, de adormecernos de alguna manera, de no querer ser conscientes de la realidad, tal vez para no ver su dramatismo, su vacío, o el reto de su esperanza, porque eso nos permite vivir sin compromisos especiales.
 
Y no es que el Señor se haya empeñado en complicarnos la existencia. Al contrario, es él quien se nos ha manifestado para hacerla más sencilla, más llevadera, más abierta, más sincera, más honda, como corresponde a nuestro ser humanos. Pero nosotros nos empeñamos en complicarla, en oscurecerla, en herirla. Es él quien nos regala un presente y un futuro atravesado por la fuerza y la belleza del amor y, somos nosotros, quienes lo desvirtuamos, quienes lo vaciamos de sentido. Somos nosotros quienes nos empeñamos en superficializar, sin ser capaces de ver sus consecuencias negativas en nosotros y en los otros, viviendo como adormecidos, como embotados en nosotros, sin querer ver más allá de nuestras propias narices.
 
La llamada a vigilar no es un incordio de Dios sobre nosotros. Es una llamada  a ser conscientes de que como seres humanos hemos recibido cada uno una tarea para llevar nuestra vida y nuestra historia adelante, para construirla en el bien, no para vivirla inconscientemente como si todo valiese de la misma manera. Es decir, adormecidos, atontados o anulados, sino despiertos, vivos. 
 
El adviento, cada día del año, es una llamada de Dios que sale a nuestro encuentro para recordarnos la belleza de la vida que acaba en eternidad, porque la vida una vez puesta en marcha no se agota, no se acaba, traspasando las barreras de la muerte, porque pertenecemos al Dios de la vida. Por eso, sí, vigilemos, nos va mucho en ello.
 
 
ORACIÓN:      
«Más coherencia»
 
 
Te doy gracias, Señor, por poder llegar a este nuevo tiempo de adviento que estimula mi camino dejándome divisar la meta, tu proyecto de amor, que se hace posible con el regalo desbordante e impensable de tu encarnación. Gracias por tu don, por el don de ti mismo, y por permitirme adentrarme en él. Deseo saber responder cada día con más coherencia.
 
 
CONTEMPLACIÓN:          
«En ti»
 
 
¡Vivo!
Quiero estar vivo
y vivir.
Quiero que me dejen soñar
y esperar.
Que no me corten las alas
ni los horizontes.
Quiero vivir despierto
y para siempre.
En ti, mi Dios.
 
 
 
 
 
 

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