Semana 33 Viernes A

TIEMPO ORDINARIO

 

Viernes 33º

 

 

LECTURA:              

Lucas 19, 45-48”

                                     

 

En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos».

Todos los días enseñaba en el templo.

Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

 

 

MEDITACIÓN:             

“Pendiente de sus labios”

 

 

            El mensaje de Jesús era el de siempre y, al mismo tiempo, novedoso. Estaba poniendo de manifiesto el verdadero rostro de Dios, que estaba siendo desfigurado, por una parte por las leyes y normas añadidas, tal vez con buena voluntad, pero que habían terminado de ofuscar su transparencia y su dimensión salvadora, convirtiéndose en opresora; y, por otra parte, mantenido así por intereses de todo tipo que nada tenían que ver con Dios y tergiversaban su realidad.

 

            Por eso era normal que la palabra de Jesús resultase para mucha gente sencilla liberadora, esperanzadora, cargada de humanidad, preocupada por el hombre para dignificarlo y no para degradarlo o aprovecharse de él. Y ahí Jesús se manifiesta firme y denunciador, consciente de que en ello le iba la vida, pero sabedor seguro de cuál era el verdadero rostro de Dios que tenía que rescatar y presentar.

 

            Todo ello hacía posible que la gente estuviese pendiente de sus labios, aunque mucha de esa gente, fácilmente manipulable cuando es masa, terminase por abandonarle, como ha sucedido en muchos momentos y sigue sucediendo, puede ser que en nosotros mismos.

 

            Por eso aquella actitud se sigue convirtiendo en llamada para nosotros en esta historia que nos ha tocado vivir, donde se prescinde de Dios o se le manipula, para recordarnos que la única manera de seguirle, de adherirnos firmemente a él, no podemos realizarla si no estamos pendiente de sus labios.

 

            Es cierto que ya no podemos ver sus labios, ni su cara, pero su palaba está ahí resonando en la Escritura, y en nuestro propio corazón. En ella y en la voz de su Iglesia, con todas sus pobrezas y limitaciones y pecados, su voz sigue viva, fresca, inmanipulable por parte de nadie, aunque alguno quiera hacerlo, resonando por encima de tantas palabras que hoy se lanzan por todas partes, incluidas las de rechazo.

 

            Muchas de esas palabras a veces tienden a confundirnos y hasta a atraernos, son sugerentes, fáciles, engañosas y parciales, porque se quedan en un lado externo de la vida. Y reconociendo esa realidad tenemos que tener la fortaleza suficiente para descubrir que es el momento de aferrarnos con más fuerza a él, de estar más pendiente de él, convencidos de que en él sólo encontramos verdaderas palabras de vida y de esperanza, capaces de hacer posibles que nos adentremos en la aportación de todos aquellos valores que desde él enriquecen o pueden enriquecer y salvar nuestra humanidad.

 

 

ORACIÓN:            

“Mi encuentro contigo”

 

 

            Señor, lo sabemos pero qué fácilmente lo olvidamos o no lo sentimos necesario. Nos empeñamos en hacer, y esa es la consecuencia, pero no podemos prescindir del punto de partida que eres tú porque, sin darnos cuenta, podemos terminar trasmitiendo palabras pero no vida, no experiencia de amor palpado en el tú a tú de la escucha serena, gozosa y transformante interna primero de nuestro corazón. Lo sabemos, lo repetimos, pero sigues estando casi en segundo lugar, aunque estemos hablando de ti. Señor, hazme consciente de eso cada día. Ayúdame a sentir que sin ti no puedo hacer nada, al menos nada que surja desde lo más profundo e íntimo de mi encuentro contigo, y que es lo que puede sustentarme en medio de las dificultades y convertirme en testigo. Ayúdame, Señor,. Gracias.

 

 

CONTEMPLACIÓN:            

“Pendiente de ti”

 

 

Pendiente de ti, Señor,

pendiente como un niño

de los ojos de su madre,

para sentir ese calor

que hace sonreír

y esponja el corazón.

Pendiente de tus labios,

de tu palabra viva y fresca

que despierta mis sentidos

hasta convertirlos en gestos

de cercanía y de amor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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