Semana 29 Jueves A

TIEMPO ORDINARIO

 

Jueves 29º

 

 

LECTURA:           

Lucas 12, 49-53”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz  No, sino división.

En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

 

 

MEDITACIÓN:           

“Estarán divididos”

 

 

            Tal vez todo esto conforme un lenguaje y unas afirmaciones que no nos gusten, y menos venido de boca de Jesús. Pero él no quiere ocultar la realidad porque sería engañarnos y, además, porque él lo está palpando entre los suyos y, sobre, todo es la experiencia de la primera comunidad, que el evangelista hace presente recordando las palabras de Jesús.

 

            Las primeras conversiones hicieron que en el seno de las familias se creasen tensiones entre los miembros que se convertían y los que permanecían fieles al judaísmo. Y no sólo tensión, sino auténticas rupturas y enfrentamientos. El mensaje de Jesús es una buena noticia de paz, pero a ella muchos responden con intolerancia y violencia e, incluso, con persecución. Lo seguimos viviendo a pesar del paso del tiempo y de la supuesta libertad de expresión y de religión que promueven los derechos humanos.

 

            Y, sin llegar a esos extremos, palpamos de nuevo, en nuestras familias o ambientes próximos, el dolor de la distancia que genera las diferencias de creer o no creer. Y, en esa realidad parece que tenemos las de perder, porque mientras los que rechazan la fe tienen la capacidad para expresarlo sin recelos, muchas veces nosotros tendemos a callar y a no ser capaces de expresar o manifestar nuestro ser de creyentes, que no sólo no es respetado sino a veces vilipendiado.

 

            Esa intolerancia que se volcó con toda su fuerza en Jesús, es la que le hizo arrancar ese sentimiento de tristeza y angustia ante el “bautismo” de sangre que iba a tener que pasar. Pero eso no le hace renegar de su misión. Jesús ha venido a prender el fuego del amor. Ha venido con el deseo de arrasar o de quemar todo el mal para que domine el bien. Una tarea que más que realidad culminada aquí está llamada a ser tarea, trabajo ilusionado y bien hecho, como ponía ayer de manifiesto con el ejemplo del administrador fiel.

 

            Pisando el suelo con realismo tenemos que seguir asumiendo la fuerza del mal enfrentada con todo empeño al bien. De ese mal que también bulle dentro de cada uno, y que es el primer campo de nuestra personal batalla, y ahí no cabe la ingenuidad. El bien es una conquista en medio de muchas oposiciones, aunque nos pueda resultar extraño, pero está ahí, a la orden del día, y la respuesta no es cerrar los ojos, disimular, actuar como si nada pasase. La vida, nuestra vida y nuestra historia, se construye, y el modo de hacerlo y el material que queramos utilizar está en nuestras manos y en nuestro corazón. Habrá que asumir la división pero nunca renegar de nuestro empeño en el bien. Y ahí se nos debe conocer.

 

           

ORACIÓN:          

“La llama de mi amor”

 

 

            Sí, Señor, es cierto, no ha pasado el tiempo en la vivencia de esa realidad y, tal vez, lo tengamos que recordar para poder asumir su dramatismo como parte de nuestro ser creyentes y, así, fortalecer y afianzar nuestra fe. Muchos dicen que la fe no sirve para nada, pero se rechaza a quienes la tienen, de lo que se deduce que para algo debe servir, que mucha fuerza tiene que tener y mucho molestar, cuando se rechaza con tanta virulencia y, eso, sin meternos en grandes fanatismos, de un signo o de otro, que eso es otra cosa, y nada tiene que ver con una verdadera religión. Puede ser que en algún momento actuásemos así, pero eso, gracias a Dios, quedó superado y forma parte de retazos tristes de nuestra historia, como realidad de todo lo que somos los hombres capaces de distorsionar. Por eso, Señor, ayúdame a reforzar mi fe, a reforzarla en ti, que es donde puedo descubrir la autenticidad de un Dios que ama la vida y al hombre. Que no reniegue de ello, Señor, por muchas que sean las dificultades. Reaviva la llama de mi amor. Gracias. Señor.

 

           

CONTEMPLACIÓN:             

“Abrazo de Dios”

 

 

Has venido a unir,

a rescatar lo que

parece perdido,

a salvarnos de nuestros

empeñados vacíos y

dolores absurdos

e innecesarios.

Has venido a prender

fuego de amor

que purifique

nuestras heridas,

a ofrecernos una paz

asentada en el corazón,

y hacer posible el deseo

de una fraternidad ansiada

y de una humanidad,

reencontrada y trabajada,

en el abrazo de Dios.

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