TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
DOMINGO 16º
LECTURA:
“Mateo 13, 24‑43”
En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.
MEDITACIÓN:
“Un enemigo lo ha hecho”
El mal ha sido, es y seguirá siendo uno de los grandes misterios a los que nos toca hacer frente continuamente en nuestra vida y cuya fuerza de atracción, aunque parezca mentira, es tremenda. Parece que el mal debía ser siempre reprobado por todos, pero el mal, con sus mil rostros, se muestra la mayor parte de las veces seductor, tanto es así, que todos palpamos su seducción y la dificultad para hacerle frente o superarlo.
Jesús es claro en su parábola. Quien lo propicia en el hombre es un enemigo. Dios se ha manifestado siempre amigo, liberador, no esclavizador. Su semilla es siempre buena, llama e introduce en el bien, crece y se desarrolla en el bien, y si en su camino se cruza el mal es como algo externo que no brota de él. Y esa realidad la experimentamos todos. En el campo de nuestra vida podemos constatar la realidad del bien que somos capaces de realizar y, al mismo tiempo, hasta hacernos palpar la contradicción de lo que decimos querer y sentir, la realidad del mal que de alguna manera nos seduce y nos puede.
Y como señala Jesús en esta imagen, pronto podemos experimentar la presencia de la cizaña, de la mala hierba, inmersa en el espacio de nuestro trigo, que quisiéramos arrancar pero que no sabemos o hasta parece que no podemos realizar. Lo cual no significa que tengamos que justificar.
La referencia de Jesús a dejarlos crecer juntos no significa resignación sin más. No podemos resignarnos al mal, nos tiene que llegar a doler. Pero sí que es una llamada para que eso no impida el crecimiento, más fuerte e intenso si cabe, de nuestro trigo, de nuestro fruto bueno, de nuestra fuerza de bien. La resignación podría llevarnos a justificar el que se siga extendiendo el espacio del mal; el reto es el poner los medios para que el bien se afiance, se fortalezca, y tenga más fuerza, hasta ahogar incluso, en lo posible, espacios tomados por la cizaña en nuestro corazón.
Porque a veces, yendo más allá de la pura imagen que Jesús nos deja, el mal no viene de fuera sin más. Nos es fácil echar las culpas a los otros hasta de nuestros errores para trata de justificarnos de alguna manera. El mal arranca de nosotros mismos, de nuestra desidia, de nuestra indiferencia o desinterés, de nuestro dejarnos llevar sin más por aquello que con facilidad nos seduce. A veces el enemigo está en casa, es decir, somos nosotros mismos aunque no lo queramos reconocer.
Sí, es cierto, como dice Jesús llegaremos al final con espacios de cizaña, pero intentemos que no abarque más que el trigo que es lo que pondrá de manifiesto que hemos mantenido la ilusión, el empeño, la fuerza, para que su buena semilla se haya convertido en un buen fruto que, lógicamente, no nos ha favorecido sólo a nosotros, sino a todos los que han estado con nosotros. Porque eso es lo que, al fin y al cabo, nos ayuda a seguir fructificando.
ORACIÓN:
“Superar mi ingenuidad”
Señor, no tengo que hacer muchas elucubraciones para palpar la verdad de tu afirmación plasmada en esta parábola que refleja perfectamente mi realidad, nuestra realidad. Resulta doloroso, cuando se intenta vivir desde unos planteamientos, experimentar las consecuencias de la fragilidad y de todos esos condicionamientos de los que somos portadores. También a veces, muchas veces, fruto de nuestra ingenuidad, que nos hace sentir que somos capaces de hacer frente o superar cualquier obstáculo pero que, luego, a la hora de la verdad, nos vence. Tal vez lo queremos ver sólo desde el lado de la fragilidad y no queremos asumir que el mal es una fuerza en sí que se nos enfrenta, que quiere arrancarnos lo mejor de nosotros y, en lugar de luchar, nos dejamos llevar resignados como si no pudiésemos hacer frente a algo que en sí surge, sin más, de nuestros condicionamientos. Por eso, Señor, ayúdame a superar mi ingenuidad, a estar atento a lo que se cuece en mí, y a aquello que de fuera se puede empeñar en atraerme, en dominarme, en no dejarme ser yo. Ayúdame a controlar mi cizaña para que no domine en mí. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Multiplicar mi fruto”
Quiero tener el valor
de mirar mi campo,
el campo de mi vida,
y abrir los ojos sin miedo,
para poder descubrir
la verdad de mi cosecha;
para ver lo que dejo crecer
y lo que ahogo sin saber.
Y en esa mirada
contemplar tu mano buena,
y tu trabajo paciente,
y puede ser que mi desidia,
para volcar mi empeño
en multiplicar mi fruto.
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