TIEMPO ORDINARIO– CICLO A
DOMINGO 15º
LECTURA:
“Mateo 13, 1‑23”
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga.
MEDITACIÓN:
“No era profunda”
Podíamos coger muchos matices de esta parábola, y cada uno lo puede hacer para sí. Pero me he querido quedar en ésta frase porque me parece que nos da la clave esencial sobre la que se pueden apoyar las demás. Y es que, al final, todo depende de la profundidad que demás a la vida, a nuestra vida. Es algo que lo experimentamos como muy claro en los aspectos más materiales de las cosas que hacemos para que se sustenten, pero que nos cuesta aplicar a la realidad de nuestra vida.
Tenemos claro el que para que un árbol no se caiga debe tener raíces profundas que se claven y ahonden en la tierra. Un edificio, cuanto más alto, más profundos necesita tener los cimientos, y así podríamos seguir poniendo ejemplos. Pero cuando se refiere a nuestra vida parece que da lo mismo si hay cimientos, hondura, arraigo en algo o en alguien, o no. Y así, cuando menos lo esperamos, cuando surgen las dificultades, como nos dice el mismo Jesús, con facilidad nos podemos venir abajo.
Jesús, de mil maneras a lo largo de su vida, trató de hacernos ver esta realidad, y se empeñó en llevarnos a nuestro interior, a nuestro corazón, para afianzar ahí nuestros valores, nuestros principios, para que arraigue lo mejor de nosotros y desde ahí podamos ir construyendo lo que somos o deseamos ser.
Pensamos que la fe es algo que se tiene o no, sin más, y no nos damos cuenta de que es algo que se construye, que se arraiga en una relación, en una relación con él, con Jesús, y que ninguna relación ni divina ni humana, se fortalece sin trato, sin profundización en el otro. Crecemos como personas cuando ahondamos en valores y los trabajamos intensamente, Crecemos en la fe cuando ahondamos nuestra experiencia de Jesús en el tú a tú de la oración.
La frase y la imagen sugerente que utiliza Jesús es muy significativa y, lógicamente, se transforma, una vez más, en llamada, en toque de atención, en invitación. Y como señalaba al comienzo, se convierte en base de todas las demás. Si no hay hondura, no sólo no hay raíces, sino que cualquier vicisitud o cualquier atractivo superficial puede ahogar nuestras buenas intenciones o llevarse por delante todas nuestras aparentes buenas intenciones.
Cierto que no se trata de verlo todo negro. En nuestra vida hay cosas buenas que arraigan y, como dice Jesús, nos permiten dar fruto al treinta, al sesenta, o a lo que sea. Pero no podemos olvidar que ese porcentaje, grande o pequeño, no supone nuestra justificación, sino que exige nuestro “todo” sincero en cada momento de nuestra historia. Y, por eso, nuestro trabajo interior, está llamado a convertirse en tarea ilusionada y constante del camino, cada vez más hacia dentro, de nuestra existencia.
ORACIÓN:
“Ahondar en mí”
Señor, no es difícil verse reflejado en alguna de esas imágenes que denotan actitudes de nuestra vida. Todas nos afectan de alguna manera, unas veces por nuestra causa y otras porque la realidad en la que estamos inmersos nos atrapa. Si, es cierto, también hay espacios y actitudes que nos ponen y adentran en nuestra relación contigo, aunque los verdaderos riesgos, al margen que lo de fuera nos ayude o no, está en mismo y en mi conformarme muchas veces con lo que creo que ya tengo o he adquirido. Muchas veces tenemos más hambre de cosas que de ti, y lo triste es que casi lo hacemos sin ser plenamente conscientes de ello. Por eso, Señor, sigue tocando mi puerta, sigue invitándome a trabajar mi tierra, a ahondar en mí y en ti. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Tus frutos”
Hincar mis raíces,
trabajar mi tierra,
arraigar en ti.
Dejar que tu savia
alimente mi ser
y produzca frutos,
tus frutos en mí.
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