Semana 12 Jueves A

TIEMPO ORDINARIO

 

Jueves 12º 

 

 

LECTURA:              

Mateo 7, 21-29”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Yo entonces les declararé: Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.

Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados.

 

 

MEDITACIÓN:           

“Hombre prudente”

 

 

            Uno a veces no puede menos de preguntarse hasta qué punto nos importa asumir en nuestra vida un horizonte que nos empeña en una tara de construcción de nosotros mismos o si nos es más cómodo dejarnos llevar por las cosas, los acontecimientos, los otros. Es cierto que muchas realidades nos arrastran o tienen el riesgo de hacerlo y, otra diferente, meternos en una especie d indiferencia que nos hace incapaces de pensar lo que queremos y de asumir o hacer frente a nuestros propios principios, si es que los tenemos o queremos tenerlos.

 

            Miramos a Jesús muchas veces, o casi siempre, desde el lado meramente religioso o espiritual, tal vez porque hemos hecho de lo religioso un campo apartado, al margen, como un añadido de nuestra tarea humana de cada día y de la construcción de nuestras personas y de nuestra historia, como si ella nos quisiera llevar a otra especie de mundo y de relaciones ajenas a nuestras preocupaciones auténticas. Y nada más lejos de ello.

 

            Si Dios en Jesús se ha comprometido con nuestra historia y con el hombre, como lo vemos desde el comienzo ya del Escritura, es para ayudarnos a crear humanidad, a crecer como hombres, a construir nuestra historia desde los valores humanos, con justicia. Lo primero que vemos en esta historia de salvación es la realidad de un Dios que mira nuestros enfrentamientos e injusticias que nos rompen, y se empeña en guiarnos por caminos de humanización, que son los que terminan ayudándonos a descubrir la grandeza que hay detrás de ella y captar toda nuestra dignidad de seres creados por él para la plenitud del amor.

 

            Por eso, toda la palabra y la actuación de Jesús, Dios precisamente “encarnado”, sigue marcándonos por ese camino humanizador de acercarnos al hombre para levantarlo, en todo el sentido global de la palabra, por encima incluso de normas o leyes hasta religiosas. El empeño por enseñarnos a actuar entre nosotros con valor, con coraje, y con la prudencia y la sensatez que nos debía dar el sentido común, como vemos en este ejemplo, y que a veces no somos capaces de llevar ni al ámbito de su mera materialidad, no sólo como ejemplo de algo más profundo que atañe a la construcción de nuestra vida en totalidad.

 

            Estamos haciendo, dicen hoy los sociólogos, una sociedad “líquida”, sin fondo estable en el que apoyarse y, claro, como dice Jesús, cuando hacemos eso, cualquier dificultad, viento, problema, reto a realizar o construir, se nos viene abajo, se nos cae, nos caemos. Todo se tiende a convertir en una búsqueda de lo fácil, de derechos caprichosos que no tienen en cuenta los de los demás, en un no a todo lo que supone esfuerzo, renuncia, tarea, construcción, ahondamiento, y cuando eso se nos pone delante lo abandonamos, huimos, lo tiramos por la borda, y lo cambiamos por otra cosa hasta que pase lo mismo. Y, así, así no construimos ni casas ni hombres, ni personas.

 

            Jesús nos invita a descubrir con sinceridad que nuestras opciones deben ser diferentes, y que no se puede jugar con dos barajas, tarde o temprano aparecen las trampas que lo desmontan todo; y nuestra vida y nuestra historia es más seria que todo eso y, al mismo tiempo, más esperanzadora y gozosa, si somos capaces o tenemos la valentía de descubrirlo y mantenernos en ello. Acoger esa prudencia y sensatez nos viene muy bien.

 

           

ORACIÓN:             

“Crecer como personas”

 

 

            Señor, es curioso que conscientes de todo eso, hayamos incluso acuñado frases como la de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, y nos quedemos tan tranquilos. Cierto que la vida no es ni la debemos hacer automática, pero tenemos a nuestra disposición toda una serie de posibilidades, de medios, de capacidades, para permitirnos andar por el camino de crecer como personas conscientes, empeñadas por dar lo mejor de nosotros y para los otros, pero parece que no nos importa demasiado, y cuando uno se mira a sí mismo o a lo que nos rodea nos entra como una sensación de que vamos para atrás. Y es un riesgo en el que no podemos caer, aunque pueda haber parte de verdad. Lo noto en mí y en mi propio proceso, toda la realidad en la que estamos inmersos no nos es indiferente y nos condiciona. Por eso, ayúdame, Señor, a no perder de vista mi proyecto de vida, y que no deje de mirarte a ti, porque en él, en ti, es donde encuentro, la fuerza, la lucidez y la esperanza para realizarlo. Gracias, Señor.

           

           

CONTEMPLACIÓN:            

“Ahondar para crecer”

 

 

Ahondar para crecer,

para sujetar el peso

y los avatares de mi vida.

Ahondar en mí y en ti,

y clavar fuerte mis deseos,

mis anhelos y mis luchas.

Conquistar la altura

de mi existencia regalada,

para hacer de ella

espacio de humanidad,

horizonte de acogida,

esperanza de plenitud.

 

 

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