Semana VI de Pascua – Martes 1

MARTES VI DE PASCUA

 

LECTURA:
”Juan 16, 5 11”

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?» Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.»

MEDITACIÓN:
“El príncipe de este mundo está condenado”

Siento como una parte de alivio y de esperanza y, por otra, de preocupación, al escuchar esta afirmación de Jesús. Preocupación porque Jesús reconoce al mal, podemos llamarle Satán o de cualquier otra manera, con una capacidad de dominio y de poder, de atracción sobre el mundo, tan grande, que llega a ser su dueño, su príncipe.

Podríamos verlo como una exageración de Jesús, expresado además hace dos mil años, cuando la cultura era más limitada aparentemente. Los conocimientos científicos de nuestros días nos dan una muestra de avance tremendo. Pero, al asomarnos a la realidad, vemos que la afirmación de Jesús sigue siendo plenamente actual. Hay un poder, aparentemente atractivo y sagaz, que nos sigue impidiendo avanzar en humanidad y donde nos seguimos situando en actitudes que creíamos deber tener superadas.

El atractivo del poder, la irracionalidad de la violencia en sus mil rostros, las injusticias que no cesan, las acciones que destruyen todo signo de humanidad en el hombre, torturas, violación de los derechos humanos, la capacidad para destruirse a sí mismos ante el todo vale y todo da igual, y un largo etcétera que no hace falta repetir porque nos asomamos a él cada día y lo palpamos en nuestro entorno más cercano. Tanto que, a veces, se nos hace difícil mirar con optimismo el presente y el futuro, porque tal vez, sin pretenderlo, todo ello, apaga u oscurece todos los gestos de bien que se esconden en las vidas cotidianas y en las acciones buenas de muchas personas.

Y ahí es donde Jesús nos quiere adentrar, como fruto además de esa buena noticia que nos viene de parte de Dios y que él ha encarnado en su propia vida, víctima al final de esa fuerza del “príncipe de este mundo”, pero al que ha vencido con el gesto de su muerte y resurrección. Algo que sólo nos podía venir de parte de Dios, no como un mensaje de consolación, sino como un anuncio de esperanza que nos salva de un pensamiento que nos puede llevar a creer en el fracaso de la humanidad y en el triunfo de la fuerza del mal, como la última palabra de nuestra historia, apoyada por la fuerza con la que se manifiesta, se extiende y se acoge, no sé si como resignación o como una manera de acoger lo que ya parece imposible si nos apoyamos en nosotros mismos.

Y ahí se pone da manifiesto ese anuncio salvador que muchos se empeñan en negar, afirmando ingenuamente, de qué nos tenemos que salvar.

Pues ahí nos responde Jesús. El mal seguirá teniendo su fuerza, pero el mal, el príncipe de este mundo, y ése es el mensaje de esperanza, ha sido vencido por el amor entregado de Dios en Jesús. Ese “príncipe”, ese mal de mil rostros, esa oscuridad que parece cernirse con su destrucción y abocamiento al vacío, no va a ser, no es, la última palabra sobre el mundo y sobre el hombre salidos de las manos de Dios. Y esa afirmación nos tiene que llevar a nosotros, de un modo especial, a aportar esperanza. A poner en juego lo mejor de nosotros, con todas sus consecuencias, a ser hombres y mujeres de bien, de paz, de amor, de misericordia, de esperanza, de ternura, porque es lo que necesitamos, porque es la forma de construir reino de Dios, de vida, de vida en plenitud.

Sí, la palabra de Jesús, no es ingenua, parte de la realidad que vivió y vivimos, pero por eso, nos llama y nos adentra en la fuerza de la esperanza. El príncipe de este mundo no ha muerto, pero está condenado.

ORACIÓN:
“Horizontes de esperanza”

Sí, Señor, necesitamos tu palabra de esperanza. A veces, la realidad es tan fuerte, tan dura, tan oscura, que uno no puede dejar de pensar a dónde nos va a conducir todo eso, toda esa oscuridad, todo ese absurdo de mal, todo ese empeño de encerrarnos en nuestros esquemas limitados, cerrados, que nos alienan de nosotros mismos, y de ser capaces de captar toda la fuerza de vida, de bien y de plenitud que se manifiestan en nuestros mejores anhelos de existencia. Señor, a veces, tengo que reconocer que esa fuerza oscura me condiciona, mi limita y bloquea con su poder. Por eso tu palabra se me vuelve palabra de vida, de estímulo, de fuerza para seguir poniendo en juego todo lo mejor que brota de mi ser. Muchas veces nos cuesta ir más allá de nosotros mismos, pero es así, más allá de nosotros, pero desde nosotros, desde lo mejor de nosotros, que está puesto por ti, dónde encontramos la luz necesaria para poder seguir abriendo horizontes de esperanza. Gracias. Señor, por ese milagro de tu amor.

CONTEMPLACIÓN:
“Triunfo de la vida”

Cuando todo parece oscurecerse,
cuando los presagios negros
extienden sus tentáculos
como queriendo devorarlo todo,
tu enciendes la luz de la esperanza
y declaras vencida la batalla.
Todavía el mal golpea con su puño,
golpes duros de una larga agonía
que anuncian el triunfo de la vida.
              

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