MARTES III DE PASCUA
LECTURA:
“Juan 6, 30‑35”
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
MEDITACIÓN:
“El verdadero pan del cielo”
Consideramos milagros muchas cosas, demasiadas cosas que tarde o temprano presentan su explicación. Somos muy dados a las cosas extraordinarias y hasta los que aparentemente no creen las buscan como sean. Y las expresamos de mil maneras. O lo que llamamos “ciencia ficción” ¿no es una manera de meternos en el ámbito de lo extraordinario, que terminamos por creer, y hasta nos atrae porque lo vemos como posible, más aún, como normal?
Sí, no cabe duda, puede haber acciones de Dios, y las hay, en las que de una manera o de otra manifiesta su providencia directa y cercana que nos ayuda a empujar nuestro caminar. Pero no para adentrarnos en un mundo de ficción sino en la realidad de nuestra vida, de nuestra historia, para ayudarnos a construirla, para ayudarnos a utilizar todas nuestras capacidades, nuestra razón, nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestro sentido común, que han sido creados por él en nosotros como los medios indispensables para crecer como hombres, como humanos y que, muchas veces, demasiadas, damos pruebas de no saber utilizar.
Nos es más fácil ver la acción de Dios en las cosas que en las personas. Les era más fácil a aquellos hombres, como hoy a nosotros, ver la acción de Dios en aquel pan natural que aparecía como rocío en el desierto, pan sin cuerpo ni sabor, como decían en los momentos ya de cansancio, que ver su acción en los otros, en el propio ser humano, donde Dios ha querido, y sigue queriendo manifestarse, y que le veamos de modo especial porque ahí es donde se hace presente: “lo que hacéis a uno de estos a mí me lo hacéis”.
Lo triste es que hemos hecho de la materialidad el todo de nuestra vida y nos empeñamos en no querer ver más allá de nuestras narices. Nos quedamos en lo caduco y no somos capaces o nos da miedo ir más allá, y así nos vamos empobreciendo, limitando ¿degradando? Y frente a ese empeño reduccionista, que manifestamos en todos los ámbitos y que nos lleva a relativizar todo de manera superficial, Jesús sigue empeñado en recordarnos nuestra dignidad de hijos de Dios, y que sí, que necesitamos pan, pero no sólo del material, sino de ese otro que alimenta nuestro sed y nuestra hambre de humanidad, de paz, de justicia, de fraternidad, de libertad, de bondad, de amor.
Y ese pan ha bajado del cielo, y se ha manifestado en él. Es él ese pan que ha venido para saciarnos con su fuerza de vida, vida que, como nos dirá salta hasta la vida eterna, como nos ha puesto de manifiesto con su resurrección. Y cierto, ése es un regalo que no puede venir de nosotros, es un regalo que sólo nos puede venir de Dios y que se nos ha hecho disponible a todos. Cierto que él no obliga a comerlo, pero en ello nos jugamos mucho todos, y lo vemos cada día hecho realidad en medio de nosotros.
ORACIÓN:
“Dejarme alimentar de ti”
Señor, nunca será suficiente manifestarte nuestra acción de gracias por todo ese empeño que sigues poniendo en nosotros volcando la acción continua de tu palabra, de tu amor. Nos preguntamos muchas veces, especialmente en los momentos difíciles, donde estás, cuando la pregunta correcta sería dónde estamos nosotros, dónde está el hombre, dónde está nuestra humanidad. Nos lamentamos de las desgracias naturales que ocurren de tiempo en tiempo, cosa connatural con la tierra frágil en la que moramos, y parece que ya no nos hacemos preguntas sobre el mal con el que diariamente seguimos generando todo tipo de dolor y de muerte. Señor, necesitamos tu pan, te necesitamos. Nos obcecamos en nuestra miserias que ponen de manifiesto, cierto, nuestras infidelidades, que no podemos negar, y nos distanciamos de ti que eres quien nos sigue alimentando con la fuerza de la bondad, de la ternura, de la misericordia, del perdón, del amor. Señor, ayúdame a no perder el norte de mi referencia. Ayúdame a dejarme alimentar de ti y por ti. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Hambre de ti”
Señor, tengo hambre,
tengo hambre de ti.
Te tengo a mi alcance
pero me cuesta
estirar mi mano
para tomarte,
para poseerte,
para hacerte mío.
Tú ofreciéndote,
extendiendo tu mano,
tu corazón,
tu vida,
y yo remiso, desconfiado,
inseguro y distante.
Pero sigue tendiendo
tu mano generosa,
tu mano de padre y de amigo,
tu mano cargada de vida,
de fuerza de vida.
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