MARTES 5º DE CUARESMA
LECTURA:
“Juan 8, 21‑30”
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.»
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: «Donde yo voy no podéis venir vosotros»?»
Y él continuaba: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados.»
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?»
Jesús les contestó: «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.»
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.»
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
MEDITACIÓN:
“Lo que he aprendido de él”
Podíamos decir que estamos ante el secreto de Jesús y ante el que debía ser, debe ser, también nuestro secreto. Jesús, como le gusta repetir, no viene de su parte, viene de parte de Dios y, por eso, su empeño en su propia vida y en la nuestra, que nos lo deja plasmado continuamente y, encima, en la oración que nos enseña, y que repetimos continuamente, el Padrenuestro, de hacer su voluntad.
Por eso, Jesús, vive en referencia al Padre. Sus encuentros orantes con él, no son para cumplir con una devoción que justifica un cumplimiento, sino para acoger la voluntad del Padre que resuena en su corazón. Ahí radica la fuerza y la seguridad de su mensaje. Jesús no nos lleva a él, sino que nos dirige la mirada y el corazón, al corazón de Dios que se nos ha explicitado en el suyo.
Y Jesús no sólo escucha, sino que aprende, es decir, lo asimila, lo hace suyo, lo integra en su vida, como un estudioso integra en sí su saber para aprovecharlo e incida en el modo de hacer, de entender y de desarrollar su vida.
Esa experiencia de Jesús es la que se vuelca o está llamada a volcarse en nosotros. Desde ahí podemos entender mejor nuestra llamada continua a la conversión como mirada amorosa a un Dios que nos ha salido al encuentro, que nos ama y que quiere enseñarnos a amar. Así como toda la actividad de Jesús, todas sus opciones, todo su proyecto de vida, con todo lo que conlleva de sí a Dios y a su proyecto salvador, parten de esta experiencia, firme, convencida y liberadora, así está llamada a realizarse en nosotros. Así estamos llamados, invitados e, incluso, urgidos, a experimentarlo con gozo, asumiendo nuestra vida desde él, sabedores de que eso nos adentra en una historia de salvación que nos enriquece y permite construirnos y construir un ambiente, un mundo desde la acogida, el servicio, la humanidad, que se nos ha desplegado, desde Dios Padre, en Jesús.
Sí, tenemos que tomarnos ilusionadamente en serio, este aprendizaje, con el deseo de no pasar con la mínima nota, sino con la máxima dentro de las capacidades y posibilidades sinceras de cada uno. El mismo Jesús nos lo repite. Unos diez, otros treinta, otros sesenta, otros cien, pero todos y cada uno nuestro todo. Cuando lo hacemos mirando a Jesús todo se hace más posible y accesible, incluyendo la cruz que él nos sigue enseñando a llevar junto a él. Pronto lo vamos a vivir en toda su fuerza de entrega y de amor humano y divino.
ORACIÓN:
“Mi vida ante tu palabra”
Señor, tengo que reconocer que no siempre es así, lo sabes. No siempre asumo mi vida como aprendizaje continuo. Pensamos que eso de aprender es de una etapa de la vida que cuando pasa lo único que queda es vivir de rentas o ir tirando como mejor pueda cada uno. Hay veces que puede ser así, pero no debemos conformarnos con eso que pronto nos puede anquilosar, empobrecer y cerrarnos a las mejores posibilidades de cada uno, y que hasta puede facilitar que nos manipulen, como muchas veces palpamos, de la forma más burda. Por eso, Señor, ayúdame a no pararme, ayúdame a aprovechar todo lo que esté a mi alcance para seguir formándome siempre. Ayúdame, sobre todo, a cuidar mis encuentros contigo, no como cumplimiento piadoso, sino como encuentro gozoso en el que contrastar mi vida ante tu palabra, ante tu proyecto de amor sobre mí y sobre todos los que están a mi alrededor, y ante este mundo en el que me has puesto para ayudar a mejorarlo. Ayúdame, Señor, a poyarme en tu fuerza, en tu luz y en tu cruz. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“La vida una escuela”
La vida una escuela, sí,
una escuela donde aprender
incansablemente de ti.
Una escuela en la que aprender
a amar desinteresadamente,
porque es lo mejor que sale de mí,
y lo mejor que puedo ofrecer de mí.
Porque es lo mejor que salió de ti,
lo mejor que llega a mi corazón,
a veces aparentemente pobre y vacío,
y que tú fácilmente puedes llenar.
Lo has llenado con tu amor y con tu cruz,
lo has llenado y lo llenas con tu luz.
Y quiero abrirlo a ti, para que aprenda
hasta que desborde de mí.
Deja una respuesta