Viernes después de ceniza – 2

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA

 

 

 

LECTURA:     

“Mateo 9, 14‑15”

 

            En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»

            Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos. Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.»

 

 

MEDITACIÓN:          

“Invitados a la boda”

 

 

            Parece que no pega que ahora, en el inicio de la cuaresma, hablemos de boda.  Pero sí, tenemos que hacerlo, primero porque es Jesús quine nos pone la palabra delante y, segundo, porque caminamos a la pascua, no sólo a la pascua litúrgica, sino a la definitiva, caminamos hacia las bodas definitivas de Dios con su pueblo, a la realización de la alianza definitiva y plena, y nosotros estamos en la lista de invitados. Como toda invitación que se recibe se puede responder o no, se puede aceptar la invitación o rechazarla. Pero algo sí es claro, si aceptamos la invitación hay que empezar los preparativos, porque a una boda no se va de cualquier manera, exterior e interiormente.

 

            La cuaresma es un tiempo especial de preparación, un tiempo de reflexión tal vez, de descubrir más a fondo los lazos que nos vinculan con el novio, de discernir todo lo que tenemos que poner a punto, lo que hay que renovar, eliminar o adquirir. Y todo eso o se hace con gozo o si no se puede convertir en mero cumplimiento, de algo que en el fondo no nos dice ni nos interesa mucho.

 

            Tristemente hemos cargado muchas veces las tintas en aspectos negativos, y hemos hecho de la cuaresma algo poco agradable. Era más un preparativo para la pasión, que hay que pasar ciertamente, pero pasar, para culminar en la resurrección. La cuaresma nos quiere preparar para la vida y para asumir las consecuencias de alcanzar y poseer vida. No acabamos en la semana santa, la pasamos, para llegar a la pascua, que es nuestra meta.

 

            Cada uno tendrá que ver cuáles son sus preparativos concretos, que nunca podrán ser gestos vacíos, o cosas superficiales, que en poco o nada afectan a nuestra realidad de creyentes. No se trata de ver qué renuncias, privaciones o sacrificios hago, sino descubrir con valentía y con gozo qué aspectos de mi vida exigen una rectificación, como los motores del coche, para seguir respondiendo con más fidelidad, para redescubrir el tesoro y la alegría de nuestra fe, la alegría de ser creyente, de habernos encontrado con Jesús.

 

Ahí se manifiesta la verdadera renuncia y el verdadero sacrificio. Por supuesto que si en ese camino hay medios que nos sirven, como el ayuno o lo que sea, estupendo, pero sin olvidar que no son cositas para hacer como finalidad de este tiempo, sino como medios que nos quieren ayudar a dirigirnos hacia el final al que somos convocados, a ahondar en nuestra conversión a Dios que nos lleve un día a participar de las bodas definitivas del Cordero. A ella somos invitados y hacia ella hacemos el camino de nuestra fe.

           

 

ORACIÓN:           

“Mi encuentro contigo”

 

 

            Lo sé, Señor, todos los medios son buenos si nos ayudan a caminar hacia lo fundamental. Lo triste es cuando nos quedamos en los medios y con eso ya nos quedamos contentos, y justificamos nuestros tiempos en los procesos de nuestra fe. Señor, tengo delante de mí esta cuaresma que se me regala, no para repetir, sino para seguir redescubriendo todo lo que necesito para seguir ahondando en mi encuentro contigo, para vivir la alegría de la coherencia de haberme encontrado contigo. Tal vez, para provocar ese encuentro que todavía no he sido capaz de sentir con toda la fuerza y por eso me mantiene en la mediocridad del cumplimiento que ni siquiera a mí me llena. Ayúdame, Señor, a aprovechar este tiempo de gracia. Ayúdame a volver mi mirada y mi corazón con más fuerza ilusionada hacia ti. Gracias, Señor.

           

 

CONTEMPLACIÓN:               

“Prepararme”

 

 

Gracias por haberme invitado,

gracias por contarme

entre quienes sientes amigos;

y no quiero defraudarte, Señor.

Por eso anhelo prepararme

para cuando llegue el día,

ese día sorpresivo pero radiante,

en el que pueda culminar

la batalla gozosa y dolorida

de mi amor.

 

 

 

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