TIEMPO ORDINARIO
Lunes 5ª
LECTURA:
“Marcos 6, 53-56”
En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas.
En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
MEDITACIÓN:
“Los que lo tocaban”
Hay ciertas cosas que cuando las oímos se nos quedan lejos, o al menos eso nos parece. Nuestra materialidad nos condiciona ciertamente, pero también sabemos que para sentirnos cerca de alguienno necesitamos estar a su lado. Y sabemos también, en este caso tristemente, que podemos estar físicamente muy cerca y, sin embargo, permanecer muy distantes.
Cierto que aquellos hombres y mujeres pudieron tocar físicamente a Jesús. Pero también otros lo estuvieron y, sin embargo, no conectaron con él. No vieron en él nada digno de atracción; al contrario, les provocó rechazo. Al final en el caso de Jesús y en cualquier caso, las relaciones de cercanía se forjan en la confianza que nos vincula al otro, hasta hacer que esa relación se convierta en portadora de bien, de vida, de sanación.
Aquellas gentes se acercaban a Jesús con fe. Creían que podían arrancar de él su fuerza y, no cabe duda, que la fe abre esa posibilidad. De hecho, en algunos momentos será el propio Jesús el que diga “que se haga conforma a tu fe”.
Pero hoy, ¿hoy podemos tocar a Jesús? ¿podemos tocar, si no a él, aunque sea la orla de su manto? Y tenemos que decir con toda realidad que sí. La misma fe de aquellos hombres y mujeres nos permite experimentar la cercanía sanadora de Dios. Los mismos ojos de fe de aquellas personas son hoy los nuestros, y lo tocamos en su palabra, en su eucaristía, en su Espíritu.
Más aún, lo podemos tocar físicamente en quien tenemos a nuestro lado, y más especialmente en quien necesita cualquier tipo de sanación: de ser escuchado, acogido, ayudado, perdonado. Y no es invención nuestra para satisfacer un imposible. Es su propia palabra la que nos confirma que lo que hacemos de bueno o de malo a otro, o lo que dejamos de hacer, a él se lo hacemos o se lo negamos. Así se ha querido identificar con nosotros, así se ha querido quedar, así ha hecho posible que seamos nosotros mismos no sólo quienes sintamos su mano a través de otros, sino que sean los otros quienes sientan su mano a través de la nuestra. Nosotros somos la orla de su manto, nosotros somos presencia viva de su amor donado y recibido.
ORACIÓN:
“Así de cercano”
No sé si hubiese sido más cómodo que tu presencia se hubiera quedado en el plano puramente espiritual, en un sentido corto y pobre de la palabra. Hubiese sido la forma fácil de evadirnos o de evitar muchas complicaciones en nuestro camino. Pero entonces ya no serías tú, serías otro Dios. Ese que muchas veces queremos forjar a nuestra imagen, a nuestro estilo, facilón, cómodo, cercano y distante. Lo mejor es que no pudiésemos tener la posibilidad de tocarte de ninguna manera, ni de verte, ni de sentirte. Pero te encarnaste y desde entonces has querido que esa encarnación se siga poniendo de manifiesto en nosotros, que somos muy materiales, sí, pero que cuando nos interesa, hacemos lo posible por volar alto, para evadirnos. Por eso, gracias, Señor, gracias por seguir así de cercano, por poderte seguir tocando y viendo, por poder seguir sanando contigo y desde ti.
CONTEMPLACIÓN:
“Me has tocado”
Me has tocado, Señor,
sí, me has tocado
y has dejado que te toque.
Y he podido sentir
el calor y la fuerza
de tu presencia silenciosa
empujando el peso
de mi historia gozosa y dolorida.
Me has tocado
y te he podido tocar
en muchos hermanos
que has puesto en mi camino;
y he sabido que eras tú
porque has hecho
vibrar mi corazón.
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