TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
Domingo 2º
LECTURA:
“Juan 1, 29‑34”
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero ha salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
MEDITACIÓN:
“Quita el pecado del mundo”
Bonita presentación la que nos hace Juan de Jesús. Es la única presentación que puede hacer de su persona porque esa frase no se le puede aplicar absolutamente a nadie más. Y es que, como nos dirá Pablo, “se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado”, algo que está continuamente presente en nuestra vida y que conforma parte de nuestra lucha y de nuestro proceso liberador, pero que nunca terminamos de dominar.
Cierto que es una frase que, precisamente desde la realidad, se nos puede hacer un poco ambivalente. Así me lo decía alguien una vez, al hacerme ver que cómo es que quitaba el pecado cuando todo está lleno de pecado, de mal. Y, sí, es cierto, empezando por cada uno de nosotros, la experiencia de pecado nos envuelve, o al que no le guste la palabra, la realidad de mal nos asedia y nos hace experimentar sus zarpazos o arañazos, o aunque simplemente sean sus marcas.
Pero sí, lo podemos afirmar juntamente con Juan. Hablando en sentido profundo, Jesús nos ha puesto de manifiesto el perdón de Dios, apoyado en su amor. Si el pecado hace referencia a la ruptura que podemos tener con respecto a Dios, Dios ha quebrado esa ruptura y nos ha recordado que él nunca se ha separado de nosotros, que nunca ha dejado de amarnos y, por lo tanto, de perdonarnos. Por parte de Dios no hay separación, no hay pecado, no hay distancia con respecto a nosotros. Pero, sí, es cierto, nosotros podemos mantener viva esa ruptura, podemos mantener la brecha, podemos rechazar su perdón. Nosotros podemos poner pecado, él lo ha quitado, en lo que se refiere a él, y nos llama a irlo venciendo en nosotros.
Jesús lo pondrá de manifiesto continuamente, como lo recordábamos estos días, y para dejarlo más claramente manifiesto, deja a su iglesia el poder de perdonar en su nombre. Poco esfuerzo nos cuesta, y menos a Dios, perdonarnos una y otra vez cuando esa petición es sincera. Así lo enseñaría Jesús: “Si tu hermano te ofende siete veces al día (es decir, un montón de veces), y siete veces te pide perdón, le perdonarás”.
Sí, Jesús ha quitado con su entrega total el pecado que nos ataba o que creíamos que nos ataba. Y sigue quitando una y otra vez todos nuestros pecados. Si de él dependiese ya no existiría. Pero los hombres seguimos esclavos del mal, de nuestras propias pasiones; y, da la sensación de que no nos importa. Y malo es cuando se hace con mala voluntad. Pero es peor, cuando apoyados en su bondad y misericordia, apenas asumimos la tarea ilusionada de nuestra conversión, y justificamos todo como si fuese igual, arrastrados por la forma de pensar de ciertos ambientes.
Esa realidad del perdón, esa realidad que ha llevado a Dios a encarnarse para ponernos de manifiesto toda la fuerza de su amor, debemos dejarla resonar como llamada a trabajar en la lucha contra todo tipo de mal, como Jesús. De esa manera colaboraremos con él en quitar el pecado del mundo, en lo que respecta a nosotros y empezando, lógicamente, por nosotros mismos. Es la única manera de comenzar y secundar en nosotros su obra de salvación.
ORACIÓN:
“Acercarme a ti”
Me parece significativo este empeño para dejar claro desde el comienzo donde radica el mal y cómo combatirlo. Ahora sí que podemos decir que el balón está en nuestro tejado, en mi tejado. Gracias, Señor, porque no tengo que convencerte de tu perdón. Soy yo el que tengo que aprender a responder a ese perdón, y ser capaz de acercarme a ti, una y otra vez, cada vez que lo rompo, cada vez que pongo barreras entre ti y mis hermanos, y hasta conmigo mismo. Me muevo, Señor, entre la realidad humana de pecado y la realidad de tu gracia, de tu amor, de tu perdón. Y para mí es claro el lado donde quiero estar. No me es fácil, Señor. Parece como una especie de contradicción, pero esa batalla muchas veces no la venzo, muchas veces ni siquiera entro en ella. Ayúdame a penetrar cada vez con más fuerza y deseo en tu proyecto de bien. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Tú y yo”
Tú quitas barreras,
yo las pongo.
Tú empeñado en unir,
y a mí me es más fácil
mantener rupturas
y crear distancias.
Tú desatando,
yo atando.
Tu creando transparencia
y yo haciéndolo todo opaco.
Tú perdonando y amando,
y yo…, intentando aprender.
Deja una respuesta