TIEMPO ORDINARIO
Viernes 26º
LECTURA: “Lucas 10, 13-16”
En aquel tiempo, dijo Jesús: ¡Ay de ti Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo.
Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
MEDITACIÓN: “Quien a vosotros os escucha”
Jesús establece una cadena de solidaridad muy importante que nos tenía que interpelar y estimular. No actuamos en solitario, todo lo que hacemos tiene unas repercusiones claras entre nosotros y, lo que es mucho más importante, con Dios mismo.
Ya lo experimentó desde el principio Pablo cuando, camino de Damasco, preguntó a la voz que escuchaba quién era, y la respuesta fue la de “soy Jesús a quien tu persigues”. Así experimentó que la persecución con la que asediaba a los cristianos la estaba realizando con el mismo Cristo. Hoy esa afirmación queda explicitada en vida por Jesús, la acogida o el rechazo a sus discípulos es aceptación o rechazo hacia él mismo y hacia Dios.
Y esto debía suscitarnos la conciencia de una gran responsabilidad porque esta aceptación o rechazo puede provenir desde una perspectiva positiva de nuestra parte, es decir, por nuestra coherencia de vida que puede ser acogida o rechazada, como lo henos podido experimentar en nosotros o en otros cristianos. O puede que, especialmente el rechazo, provenga de nuestra incoherencia, y sea ella la que provoque el rechazo hacia Dios. También lo vemos y lo escuchamos cuando se recriminan nuestras actitudes.
Sea como sea, esta palabra nos estimula a tomar conciencia de la importancia de las actitudes que asumamos en nuestra vida, de la importancia de la coherencia de nuestra fe, marcada por nuestras limitaciones, así es nuestra realidad, pero también por nuestro empeño, por nuestro esfuerzo, por nuestra actitud de conversión continua.
Quien nos escuche, quien nos vea, tiene que escuchar y ver a Jesús; tiene que ver la manifestación, la presencia, la cercanía de Dios. Es algo que no podemos separar. Hasta quien nos critica, nos está poniendo de manifiesto, aunque ellos vayan por otros derroteros, esa realidad; y, desde ahí, hasta les tenemos que dar las gracias. Dios también se sirve de los otros para recodarnos cómo estamos llamados a vivir aquello que decimos creer, pues para nadie es indiferente nuestra realidad de creyentes.
Tener presente esta cadena que nos vincula es muy importante, porque es manifestación de la cercanía, de la implicación de Dios en nuestra vida, de su “encarnación” en nosotros. “Lo que hacéis a estos a mí me lo hacéis”, dirá en otro momento para recodarnos la importancia de nuestras actitudes.
Tenemos motivos para adentrarnos con fuerza en esa cadena de trasmisión de amor. Su Palabra, la eucaristía, su Espíritu en nosotros, son la luz y la fuerza de lo que somos y estamos llamados a ser, la garantía de la inserción cada vez más fuerte en esa corriente de vida que viene de él a nosotros y vuelve de nosotros a él. Ahí nos jugamos lo que somos, nuestra inserción en el misterio del amor de Dios, y el testimonio de nuestra fe.
ORACIÓN: “La profundidad de lo que soy”
Señor, necesito escuchar estas palabras que me diriges hoy porque me marcan la profundidad de lo que soy, de ese gran misterio de amor en el que me introduces, y me descubre, en medio de mi barro, la grandeza que llevo inscrita en ti. Cuando me hablas de mis actitudes, de mis gestos de bien, todo se me queda a mi nivel, no me arranca especialmente de mi dimensión más netamente humana. Pero cuando esos gestos los introduces en esa corriente que me unen a ti, hasta hacerte visible, presente, cercano, inmerso en mi propia realidad a la que te vinculas con todo tu ser, me siento desbordado, engrandecido y estimulado de un modo especial, porque me desvelas la fuerza y la grandeza de mi dignidad. Gracias, Señor, por esta realidad que me sobrepasa y que me ayuda a crecer, a avanzar, a potenciar lo que soy frente a ti y frente a los demás. Gracias por engrandecer y dignificar mi vida, en medio de tantas empujes para ocultarlo o negarlo, gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Tu vida en mí”
Me quieres parte de ti,
me has introducido
en la corriente de tu vida divina
desde la que te desbordas
con la fuerza de tu amor.
Te has desmembrado
para hacerte pequeño
en tu grandeza
y engrandecer mi pequeñez.
Y ya es posible el milagro,
mi palabra es tu palabra,
y mi vida es tu vida en mí.
Deja una respuesta