TIEMPO ORDINARIO
Viernes 24º
LECTURA: “Lucas 8, 1-3”
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
MEDITACIÓN: “Predicando la buena noticia”
Creo que esto es lo que necesitamos tener muy claro. Lo estamos repitiendo constantemente, pero tengo la sensación de que se nos difumina con facilidad. Tal vez el no haber traducido la palabra “evangelio” no nos ha ayudado a tener presente la fuerza y la belleza de lo que estamos diciendo, “buena noticia”. Cuando leemos el evangelio estamos escuchando la buena noticia de Dios. La buena noticia que es él en sí y la buena noticia de salvación que nos desgrana Jesús, con la que quiere que nuestra vida se inserte en su historia de bien, de amor, de salvación.
Todos, o mejor, aquellos que se acercaron a él con sinceridad, lo experimentaron como buena noticia. La gente lo seguía porque les ofrecía buena noticia. Él era buena noticia. Sus palabras y sus gestos sanaban, abrían a la esperanza, desvelaban el valor de la persona, de su dignidad y les hacía sentir, frente al abandono, la indiferencia o el aprovechamiento de los demás, la opción de Dios por ellos, por todos, de su querer hacerle hijos y hacernos sentir hermanos. Dios como siempre cercano e inmerso en su opción liberadora de todo lo que nos puede esclavizar. Nosotros empeñados en lo contario por mucho que lo queramos negar. Basta con mirar nuestra realidad.
Aquellas personas que le seguían, hombres y mujeres, toda una revolución, habían experimentado los efectos de su acción sanadora total en sus vidas, y su respuesta no podía ser otra que seguir sus pasos y convertirse con él en anunciadores de su buena noticia. Hoy no lo tenemos físicamente pero también necesitamos de esa experiencia profunda, íntima y auténtica, que nos haya permitido experimentar su presencia liberadora en nuestras vidas. Sólo desde ahí podemos convertirnos en auténticos seguidores y testigos de lo que ha hecho con nosotros.
Sólo así podemos asumir las consecuencias de seguirle en medio de una realidad que muchas veces se nos muestra hostil. Sólo así podemos aportar, no palabras, que de esas ya hay muchas, sino la realidad de una experiencia que nos ha tocado y trastocado, de los demonios que ha ido expulsando de nosotros, y de la liberación profunda en la que nos ha adentrado, y en la que sigue empeñado en mantenernos, como camino de salvación a lo largo de toda nuestra vida, ayudándonos a desentrañar toda nuestra capacidad de bien y a ir desterrando todo aquello que nos puede impedir hacerlo realidad.
No lo tenemos ni más fácil ni más difícil de lo que lo tuvo él y de los que le han seguido y lo continúan siguiendo a lo largo de la historia. Al final no se trata de facilidad o dificultad, aunque a veces lo expresemos así. Se trata de experiencias y convicciones y, por lo tanto, de dejarnos empujar por esa fuerza de amor y de bien que brota de él y que nos ha alcanzado y deseamos que nos siga alcanzando hasta poseernos en totalidad, en plenitud. Es la buena noticia de Dios que nadie, sólo él, nos puede ofrecer cuando nos abrimos a él y que, con él y desde él, estamos llamados a llevar, de lo misma manera que lo hicieron quienes le seguían por los caminos de Judea.
ORACIÓN: “La fuerza de la buena noticia”
Señor, gracias, por haber pasado y seguir pasando por el camino de mi vida. Gracias por tu empeño en liberarme de todas mis ataduras, aunque algunos nudos tengan que seguir apretando la realidad de mi vida. Porque hay cosas que se atan fácilmente pero que se desatan con mucha dificultad porque se van apretando cada vez más, casi inconscientemente, como nos pasa con los nudos físicos. Tal vez es esa misma experiencia la que nos permite descubrir las consecuencias, a veces inconscientes, de nuestros actos que manejamos con superficialidad sin querer descubrir las esclavitudes a las que nos arrastran. Y ahí tú te sigues presentando en mi camino no para atarme más, sino para desatarme. No para hacer morder mi polvo, sino para levantarme y sanar mis heridas. No para regodearte en lo que he conseguido hacer de mí sino para descubrirme todo el espacio abierto ante mí, capaz de recrearme. Gracias, Señor, por tu empeño. Gracias por acercarte a mí con tu palabra y tu mano sanadora. Gracias por la fuerza de la buena noticia de tu esperanza volcada en mí.
CONTEMPLACIÓN: “Lazos de amor”
No nos quieres esclavos,
ni siervos, ni fieles.
Nos has querido hijos,
hechura de tu Hijo,
y los únicos lazos
que se desprenden de ti
son los del amor.
Lazos de amor
capaces de romper
la dureza de mis cadenas.
Buena noticia que como un eco
reverbera en mi interior
hasta hacerme vibrar en ti y por ti.
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