TIEMPO ORDINARIO
Sábado 26º
LECTURA: “Lucas 10, 17-24”
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó: Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar.
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
MEDITACIÓN: “Estad alegres”
Pienso que, aunque siempre aparentemente no se puede, todos deseamos la alegría, no sólo por lo que supone en sí de bienestar en el momento, sino porque, además, nos hace olvidar o superar los malos momentos y seguir viviendo. Pero tenemos que reconocer que nuestras alegrías son siempre pasajeras cuando las hacemos depender solamente de nuestra situación temporal, del bienestar que estemos viviendo en un momento concreto. Y no cabe duda de que necesitamos la experiencia de esas alegrías para que nuestra vida se mantenga equilibrada. Todas las religiones han propiciado las celebraciones festivas ligadas a los acontecimientos significativos de la vida.
Pero tendríamos que decir, desde el ámbito de nuestra fe y desde la Palabra que Dios nos regala, que no es suficiente, que eso es poco, que la alegría es algo más rico, más profundo y más constante que unos momentos concretos, por muy significativos que puedan ser. Podíamos decir que Dios nos invita a asumir, a experimentar la alegría como actitud de vida más allá de los acontecimientos concretos que la propician. No, no significa que haya que eludir y que nos tengamos que hacer insensibles al dolor, Jesús no fue impasible. Pero parece que nos ofrece descubrir esa dimensión que, aún en los momentos dolorosos, nos sigue haciendo experimentar que en nuestra vida sigue existiendo un poso, un fondo de alegría que nada ni nadie nos puede o nos debía quitar.
Y esta lectura nos da alguna pista concreta que nos puede abrir a descubrir otras, en el fondo la única y definitiva, que no es otra cosa que Dios mismo. Tener la garantía de un Dios que nos ha salido al encuentro por amor, y que nos salva, tenía que dar ya en sí el tono vital de la alegría de aquel que ha encontrado el sentido de su vida, más allá y por encima de cualquier situación concreta que quedaría iluminada por él.
A los discípulos que vienen contentos por el éxito de su tarea apostólica, y por los signos que han sido capaces de hacer, algo que nos emocionaría a cualquiera, les pide ir al fondo de la alegría. Si han podido hacer eso es porque sus nombres están inscritos en el cielo y eso, haya milagros o no, tiene que ser causa de un gozo tremendo e inquebrantable. Y es que cada gesto de bien que somos capaces de hacer es un gesto de amor arrancado desde el cielo, desde la bondad del corazón de Dios. Pero ¿es cierto? ¿lo sentimos así? Nuestro tono vital debía ser de alegría profunda porque hemos sido salvados, porque somos amados por Dios, porque nuestros nombres están en su corazón, porque nos ama inquebrantablemente, hasta dar su vida por nosotros. Si lo experimentamos así, pase lo que pase, por muchas lágrimas que podamos verter, por mucho que se altere el mar de nuestra vida, y nos turben muchas olas y tormentas, el fondo permanecerá firme, sereno, gozoso.
Jesús añade una expresión más para manifestar otro motivo profundo, inquebrantable de la alegría que define venida del Espíritu Santo. No es nuestra, es don que se nos regala y al que nos abrimos o nos podemos cerrar, el motivo de que Dios ha preferido a los pequeños, a los sencillos, para comunicarse. Y es que en los autosuficientes es muy difícil, por no decir imposible, entrar. Pero es que así Dios nos alcanza a todos, todos cabemos ahí. Hacerse pequeños es un camino posible para todos. Dios no es inaccesible, se nos ha hecho uno de nosotros y viene con nosotros. ¿Lo vivimos como otra experiencia de gozo por encima de nuestras realidades cotidianas?
Sí, necesitamos alegrías pasajeras, pequeñas o grandes; pero necesitamos de un modo especial sabernos inmersos en la experiencia de un Dios así, que ilumina el sentido de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser, simplemente porque somos sus hijos y está a nuestro lado, siempre.
ORACIÓN: “Me sostienes”
Señor, es bonito escucharte y sentir todo esto, pero sabes que a veces no es fácil. La vida no es sencilla y existen muchos momentos y situaciones que nos turban, que nos desequilibran, que nos adentran en experiencias de oscuridad ante preguntas y realidades a las que no encontramos respuestas. Pero sí, tienes razón, precisamente porque todo eso es verdad, necesitamos descubrir lo que hay en el fondo de nuestra existencia, necesitamos saber que hay un fondo, que no somos un corcho flotando en medio de ese mar de incertidumbres que es la vida, y a la que somos unos especialistas en añadirle más, con lo cual nuestra inestabilidad se hace aún mayor. Y sé que ahí estás tú, sosteniendo mi historia gozosa y dolorosa, poniendo tu amor y tu fuerza en ella para que no pierda el rumbo y siga mi camino. Señor, ayúdame a experimentar esa alegría profunda de ser lo que soy por ser lo que eres. Sostenme cuando todo me zarandee y sea incapaz de ver el sol, sabiendo que tú permaneces en mí y me sostienes. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Tú estás”
Sí, hay tristeza y dolor
en los pasos de mi vida.
Hay momentos y días largos
que solo palpan
la espesura de la niebla
que no deja ver el horizonte
ni el siguiente paso a dar.
Pero tú estás,
con esa luz encendida
que no alcanzo a ver;
con esa fuerza
que mi fragilidad no siente;
con esa mano tendida
que yo no palpo,
pero tú estás.
Y en ese fondo sereno
de mi existencia
percibo el gozo y la paz
de tu presencia.
Deja una respuesta