TIEMPO ORDINARIO
Miércoles 24º
LECTURA: “Lucas 7, 31-35”
En aquel tiempo, dijo el Señor: ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis» Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de recaudadores y pecadores». Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón.
MEDITACIÓN: “Amigo de recaudadores y pecadores”
Qué suerte tenemos, y no nos damos cuenta, el Señor siempre empeñado en salvarnos y nosotros empeñados en ver en él alguien obsesionado en condenar. Como si el único deseo y disfrute de Dios fuese el quitarse de en medio a los hombres. Sí, y así lo hemos mostrado en ciertos momentos de nuestra historia que han llegado a marcar a muchos y a distanciarlos de un Dios que, al final, mostramos más duro y cruel que los hombres.
También es cierto que muchas veces actuamos con la superficialidad de esos niños caprichosos de los que habla Jesús, que llevan la contraria de todo lo que hacen los demás. Vino Juan, y loco; viene Jesús, y comilón y borracho. Manifestamos a un Dios duro y castigador, y malo; redescubrimos el rostro misericordioso de Dios, y tampoco ¿a quién nos parecemos, con qué se nos puede comparar, qué es lo que queremos?
Podemos tergiversar el mensaje, podemos agarrarnos y entresacar lo que nos interese para utilizarlo en nuestro interés, pero nunca podremos apartar a Dios de su proyecto salvador. De un Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de su verdad. Que ha venido a sanar a los enfermos, que son quienes necesitan de médico y, por eso, se acerca a ellos, y le acogen porque, tal vez, han reconocido su enfermedad y su necesidad de salvación.
Sí, qué suerte tenemos de que Dios sea amigo de recaudadores y pecadores porque si no nosotros no podríamos entrar en su ámbito de sanación. Qué pena que algunos se sientan tan sanos que no descubran que al negar la posibilidad de que alguien se convierta están poniendo de manifiesto la dureza y la enfermedad de su corazón y, por ello, no sientan necesidad del médico del perdón y del amor.
Para romper cadenas hay que acercarse al que las tiene y eso exige amar mucho al hombre y no dejarlo a su suerte, a su cerrazón. Porque detrás de cada ser humano, por duro que parezca su caparazón, hay un corazón con capacidad de amar. Y es lo que Dios ha hecho en Jesús. El problema es que a veces contribuimos más a facilitar su dureza que su conversión y, encima, le echamos la culpa a Dios. Y él sigue empeñado en romper las cadenas que nos pueden separar de él y de nosotros para hacer un mundo de hijos y de hermanos que se prolongue hasta la eternidad.
ORACIÓN: “Empeñado en mi conversión”
Señor, te doy gracias porque te has acercado a mi pobreza y a mis deseos. Te doy gracias porque, igual que yo me empeño en mis limitaciones y flaquezas, tú sigues empeñado en mi conversión, en mi salvación. Y así eres tú mismo el que me invitas al banquete de tu mesa de la palabra y de la eucaristía. Eres tú el que ha volcado tu vida sobre mí, eres tú el que has derramado tu Espíritu para conducirme hacia mi propia liberación. Gracias, Señor, porque tu empeño de siempre, aunque lo oscurezcamos con nuestro pecado, es salvador, porque no quieres que nada ni nadie se pierda. Señor nuestra vida es confusa, los hombres no somos capaces de encontrar el camino de nuestra propia liberación, y da la sensación de que cada vez nos distanciamos más y creamos más barreras hasta llegar a ahogar todo lo que hay de bueno en nosotros. Sigue empujando con tu amor nuestra historia de salvación y ayúdame a contribuir a llevar adelante tu obra en mí y en los demás.
CONTEMPLACIÓN: “En la mesa de mi vida”
En tu locura
has volcado tu mirada
de amor sobre mí.
En tu grandeza
has visto mi pequeñez.
En tu misericordia
te has fijado en mis heridas
y has venido a sanarlas.
Y, así, atraído por mi pobreza,
inmerso en mi condicionado
y torpe caminar,
te sientas en la mesa de mi vida
para susurrarme
palabras de amor.
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