TIEMPO ORDINARIO
Martes 19º
LECTURA: “Mateo 18, 1-5. 10. 12-14”
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos? Él llamó a un niño, lo puso en medio, y dijo: Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.
MEDITACIÓN: “Me acoge a mí”
Llevamos dos mil años de historia de cristianismo, dos mil años de Iglesia perseguida y, en muchos momentos, triste y desconcertadamente, de Iglesia perseguidora que, gracias a Dios, fue quedando atrás. Sin embargo, seguimos palpando algo que considerábamos superado ya por Jesús, de que los hijos no pagan las consecuencias de los pecados de sus padres. Eso no se cumple y seguimos pagándolo en boca y en actitudes de muchos que, por otra parte, fácilmente, disculpan y olvidan otras realidades personales o sociales. De todas maneras, y aunque todo sirve o debe servir para purificación, da la sensación de que no terminamos de aprender del todo.
Aquellas preguntas de los discípulos, con cierta lógica ante algo nuevo que se les presentaba, siguen siendo tan reales y actuales como entonces. Y la respuesta de Jesús sigue siendo la misma, pero no la terminamos de entender o de encajar. Todavía nos seguimos preguntando, sobre todo en determinadas circunstancias, dónde está Dios que parece que no se deja ver, cuando la realidad es que no sabemos, no queremos, o no nos interesa verlo.
Y son muchos los momentos en que, de maneras diferentes, pero siempre con el mismo contenido, nos va repitiendo que lo que hacemos cuando acogemos, es a él a quien se lo hacemos. Nos empeñamos en buscar a Dios en el cielo cuando él se ha abajado, se ha encarnado, y sigue muy encarnado, para que lo descubramos, lo veamos en la tierra. Y la afirmación no deja lugar a dudas. Jesús no dice que “es como si le acogemos a él”, sino que “le acogemos a él”. Es cierto que para un no creyente esto puede no suponer nada, pero para nosotros es central, es nuclear. Y lo podía ser para todos si tuviésemos un corazón humilde y transparente. Si fuésemos capaces de entenderlo y acogerlo, sobrarían tantas cartas de derechos, humanos y de niños, que no cumplimos ni de lejos, por mucho que recurramos a ellos cuando nos interesa, y bastaría con reconocer lo que es, o parece que debería ser, fundamental.
Seguimos teniendo los mismos retos que al comienzo, que siempre. Nuestro Papa se nos ha manifestado empeñado en ayudarnos a mirar y a acercarnos a las periferias de la sociedad. Y esos márgenes no son solamente físicos. También, como siempre, aunque los vistamos de derechos, porque así es políticamente correcto, en esos márgenes siguen estando los niños, los ancianos, todos aquellos que de alguna manera pueden ser dominados, silenciados o eliminados sutil o brutalmente. Por eso se le puede eliminar también a él. Se ha querido identificar plenamente con nosotros, y como padre y hermano mayor no lo podía hacer de otra manera que poniéndose al lado de los más frágiles. Pero todavía nos seguimos preguntando dónde está y quién es el primero y más importante. El peso del ambiente, del poder, del tener, del dominar, de la eficacia, de la mera materialidad, es tan fuerte, que también nos atrae y nos aparta la vista de Dios.
No es baladí, ni un mero empeño en llenar de actividades nuestra realidad eclesial, el que se nos esté urgiendo a ahondar en nuestra fe. No se trata de decir solamente que creemos, en recitar más veces el Credo, que está muy bien y es importante, porque nos recuerda donde estamos asentados, pero que no basta. Se trata de reactivar nuestra realidad de bautizados, los compromisos adquiridos y las gracias recibidas, de ahondar en su palabra y en nuestras actitudes, con sinceridad, con ilusión, para salir al encuentro de nuestro mundo esperanzado y dolorido, superficial y violento, necesitado de perdón, de amor y de sentido, y descubrir el rostro de Dios en todos y cada uno de los hombres en los que él quiere verse reflejado, para salir a su encuentro con la oferta de amor y salvación que él nos ha ofrecido. Somos receptores y portadores de una llamada y de una gracia que sólo tiene la intención de generar alegría profunda en el corazón del hombre y de la historia, porque Dios está en medio queriéndose identificar con cada uno de nosotros. Y a ser testigos de ello, estamos urgidos y llamados, cada uno desde el ámbito concreto de nuestra vida.
ORACIÓN: “Nuestra lucidez”
Señor, es cierto que muchas veces ando despistado. Pienso que en el fondo no sabemos muy bien cómo actuar, es complejo. Tú sabes que las cosas no son sencillas y el campo de nuestras relaciones nos condicionan, porque cuando tocan a personas cercanas a nosotros y que queremos, no es fácil actuar con objetividad. La teoría es fácil, pero la vida da para muchos matices y muchos sentimientos. Señor, sabes que necesitamos un poco de luz extra en estos momentos de la encrucijada de nuestra historia personal y colectiva. Es cierto que nos la ofreces cada día en tu palabra y, tal vez, necesitamos reactivar nuestro coraje, nuestra lucidez, y lo mejor de nuestra capacidad para vislumbrarte allí donde estás. La vida es más seria y más hermosa de lo que la vemos y hace falta una gran voluntad de lucidez y de transparencia para construirla. Pienso que, a veces, nos falta la ilusión y la alegría para vivir en esa tensión gozosa de construirnos. Puede ser que sea incordiosa en algunos momentos, pero lo que está en juego me sigue descubriendo que merece la pena, que es vital, que es mucho, mucho, lo que está en juego. Ayúdame.
CONTEMPLACIÓN: “Estás ahí”
No, no es un juego,
ni una serie de palabras
que se desgranan
para quedar bien.
No tienes necesidad de ello.
Te implica y me implica,
me acerca y me desconcierta.
Me vuelve a poner
ante tu grandeza y la mía,
aunque parezca mentira,
aunque mis ojos no lo vean
y mis cortos sentidos
no lo entiendan.
Estás ahí, aquí, cercano,
real y presente,
eucaristía viva;
niño y anciano,
sano y enfermo,
bueno o malo,
siempre amigo y hermano,
siempre salvando.
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