TIEMPO ORDINARIO
Viernes 17º
LECTURA: “Mateo 13, 54-58”
En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso? Y desconfiaban de él.
Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.
MEDITACIÓN: “Desconfiaban de él”
Es curioso, por no decir triste, que una de las cosas que nos puedan definir a las personas es la desconfianza. No es solamente con Jesús, por ser él, como bien él mismo recoge en ese refrán popular, se trata de una actitud universal y de todos los tiempos. Y todavía más curioso, cuanto más conocemos a otro mayor es la desconfianza. Tal vez no es difícil que lo hayamos experimentado de alguna manera, sobre todo cuando por en medio existe alguna actitud que pueda poner por encima a alguien. Qué nos puede enseñar alguien que es más joven, o nuestro hermano, si le conocemos cómo es y sus limitaciones y…
Pero no es importante fijarnos en esa realidad, podíamos decir que casi natural, sino en esa actitud de desconfianza más amplia y profunda que a cada uno de nosotros nos puede impedir, ya no desconfiar de cualquiera, por los motivos que sean, sino confiar plenamente en Jesús, cuando aparentemente tenemos muchos motivos para manifestarnos receptivos, acogedores, felices de podernos haber encontrado con él en nuestra vida.
Es una desconfianza que, sin ponerla abiertamente de manifiesto, tal vez incluso inconscientemente, la expresamos con claridad en nuestra vida cuando nos terminan atrayendo y pudiendo más las realidades que vivimos en nuestro ambiente que la propia palabra y vida de Jesús. Nuestra mediocridad o medias tintas, nuestro terminar viendo con naturalidad actitudes generales que se viven en sociedad están diciendo, sin palabras pero con actitudes, que la palabra de Jesús se nos queda en segundo plano, que no es la que nos define. La realidad nos crea confusión y, sin darnos cuenta, termina introduciéndonos en la duda y en su corriente.
Es cierto que no podemos hacer otra cosa que asumir esa realidad en la que estamos inmersos, y de la que participan muchas de las personas que queremos, pero otra diferente es que terminemos viendo con naturalidad esas realidades hasta terminar pensando y puede ser que actuando parecido. Es un riesgo que tenemos. Mantener nuestra identidad en medio de un ambiente que va por otros derroteros no resulta nada fácil, pero es precisamente en estas situaciones donde estamos llamados a ser testigos de lo que creemos y aportar nuestros valores, que no son o no pueden ser otros que los de Jesús, con la seguridad que nos da la certeza de su palabra.
Podemos caer en el lamento ante las dificultades, sentirnos a veces turbados ante las opciones, pero vivimos los momentos privilegiados para manifestar lo que somos, la confianza plena en Jesús que marca nuestra vida y le da sentido. Son los momentos estimulantes de ahondar nuestra fe, de fortalecerla, de asentarla, de potenciar nuestra relación con Dios a través de la oración, de la escucha de su palabra, de los sacramentos, especialmente de la eucaristía. Y todo ello vivirlo además de convicción, con seguridad, firmeza y con gozo.
ORACIÓN: “Mi confianza plena”
Señor, sé que cuando manifiesto mi fe, mi teoría es clara y mi convicción también, tú lo sabes Hablar de ti me sale del corazón y me hace vibrar. Pero sinceramente tengo que reconocer que mi fe también se tambalea, y cuando me interpelan no soy capaz del todo de dar razón de mi esperanza y, hasta a veces, hay cuestiones que me hacen callar o prefiero eludir. Lejos de aportar la fuerza y la seguridad de tu palabra las dudas, o los rechazos de los otros, me generan dudas y ponen de manifiesto mi fragilidad y mis vacíos. Sé que la fe no es ciega, pero tú tampoco eres invisible, y tu palabra y tu mensaje es bien claro y viene rubricado con la entrega de tu vida. Señor, mi confianza plena en ti es vital para mí. Asentarme en la verdad y la belleza de tu palabra y de toda tu vida, tiene que conformar mi plena seguridad y confianza en ti, porque si no no podría hacer mi camino de seguimiento con alegría y con todas las consecuencias, ni ser tu testigo. Ayúdame a acogerte sin condiciones, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Amándome”
Sabes de mi inconsistencia
y de mi fragilidad.
Sabes que puedo fallarte,
que te he fallado en muchos momentos,
pero me conoces en mi esencia
y has escrito tu nombre en mí.
Por eso esperas confiado mi respuesta,
y mientras me debato en mis idas y venidas,
sigues saliendo a mi encuentro,
llamando a mi puerta,
esperando pacientemente a que abra,
volcando la caricia de tu perdón,
esperando, simplemente esperando,
y amando, amándome.
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