TIEMPO ORDINARIO
Jueves 16º
LECTURA: “Mateo 13, 10-17”
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure».
Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
MEDITACIÓN: “Para que yo los cure”
Es éste un texto duro, cargado por una parte de tristeza y, al mismo tiempo, manifestación de una opción de estar al margen de Dios. Hoy lo podemos escuchar, como otras muchas cosas, con una nota plena de actualidad. Es una ampliación de ese final en el que Jesús nos lanzaba ese “el que tengas oído que oiga”. Y es tan actual del ambiente en el que vivimos que tenemos el riesgo de mirarlo con ojos de fuera, como dirigido a otros. Ése es el riesgo siempre de la palabra cuando se nos manifiesta en su lado más interpelador. Y es importante, muy importante, que lo escuchemos desde nuestra propia realidad personal, para no echar balones fuera, porque la llamada y responsabilidad es de cada uno, empezando por mí.
Se trata claramente, de la manifestación del rechazo abierto o encubierto de Dios. De nuestro prescindir abiertamente de él o de nuestro querer jugar a medias tintas que ante Dios no sirven de nada y, de hecho, ahí está la interpelación del profeta de parte de Dios. Y parece que hay como un sentimiento de extrañeza por parte del mismo Dios. Toda su relación con el hombre es liberadora, busca nuestro bien y nos ofrece su salvación definitiva. Pero los hombres hacemos oídos sordos, ponemos disculpas, nuestro corazón se endurece, se acomoda, alarga su conversión; al final, está rechazando la curación de Dios.
Y eso es lo que nos estamos jugando. Rechazamos que Dios nos cure. Ha venido a sanar a los enfermos, pero nos manifestamos como sanos y no necesitados de su sanación. Experimentamos con todas sus consecuencias la realidad de nuestras actitudes cuando nos distanciamos de él. Experimentamos la falta de perspectiva, de esperanza, el vacio de no poder dar razón por nosotros mismos de nada que vaya más allá de nuestra materialidad pero nos aferramos a ella. Palpamos las consecuencias de nuestra negatividad y, a pesar de todo, no parece que sentimos la necesidad de que él nos cure. Buscamos soluciones meramente materiales para situaciones y necesidades que van mucho más allá, porque así lo palpa la realidad de nuestra hondura que nos negamos a reconocer.
Y en medio de todo ello, que podemos sentir en nuestra propia carne o en nuestro entorno, Jesús nos lanza esa bienaventuranza de lo que hemos tenido la suerte de escuchar y ver. Sí, muchas veces no somos conscientes del tesoro que hemos recibido y del que somos portadores. Muchas veces nos dejamos llevar y nos sentimos como bichos raros, en un ambiente que rechaza a Dios, cuando en realidad somos unos bienaventurados, con un tesoro que vivir y que ofertar. Que ojalá esta llamada de Jesús nos lo permita hacer gozosamente más consciente y nos haga experimentar su sanación y ser más testigos de ella.
ORACIÓN: “Hablarme al corazón”
Señor, gracias por acercarte a mí, gracias por tu palabra liberadora, gracias por tu empeño de alcanzar mi corazón, no para doblegarlo sino para sanarlo. A pesar de todo, sabes que es difícil de expresar o de entender el porqué de ese empeño por encerrarnos en nosotros. Parece que no queremos fiarnos de ti cuando somos nosotros los que hemos puesto claramente de manifiesto quienes ya no podemos fiarnos de nadie. Es como si quisiéramos traspasarte nuestro mal y hacerte a ti portador de lo que somos nosotros, del vació que llevamos dentro. Y es también miedo, miedo a encontrarnos con tu verdad y, sobre todo, con la nuestra. Es como un empecinamiento del rechazo de nuestra dignidad como si prefiriésemos no tenerla, como si deseamos saborear la certeza de nuestra finitud y de nuestra nada, tal vez para poder justificarlo todo. Por eso, ante esa especie de contradicción, de miedo, de orgullo absurdo, gracias por seguir empeñado en hablarme al corazón.
CONTEMPLACIÓN: “Escucharte”
Tu voz resuena en mí
como el eco de un amanecer,
como el susurro de un silencio
y el arrullo de un amor que me espera.
Eres el sonido qua aliente el ritmo
de mi corazón cuando quiere apagarse,
y enciendes continuamente
esa llama que quiere prender mi amor.
Y en esa voz y en ese silencio
late una cadencia de vida
que enciende y vibra mi esperanza,
de escucharte, de acogerte.
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