TIEMPO ORDINARIO
Miércoles 10º
LECTURA: “Mateo 5, 17-19”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.
MEDITACIÓN: “No he venido a abolir”
Parece que puede no tener demasiado sentido en estos momentos para nosotros el adentrarnos en si Jesús con su mensaje abolía o dejaba de abolir. Pero sí que fue importante, lo sabemos, para aquellos que veían tambalearse sus esquemas o sus comodidades. Tampoco nos es ajeno hoy el tema. Muchas veces hemos entrado en esa “lucha”, señalando el cambio que supone las actitudes de Jesús frente a ciertos planteamientos o vivencias de la ley. Es una pugna muy nuestra. Parece que el que trae algo nuevo tiene que ser a base de quitar o poner lo que había o dejaba de haber. Tanto es así que, a veces, dejamos o podemos dejar a la intemperie muchas vivencias importantes para muchos, y a las que no se suple con nada o con novedades que desconciertan, y que no pueden fácilmente ser asumidas. Lo vemos constantemente.
Jesús no viene ni a quitar ni a poner, viene a dar plenitud. El mandamientos del amor no está contra nada ni contra nadie, sino en el corazón de toda norma buena que para cumplirse en su verdad tiene que ser capaz de no quedarse en la forma externa sino penetrar en su raíz, en su autenticidad, en la bondad que pretende realizar en todas las relaciones que nos afectan, con Dios o con los hombres. Eso, ya de por sí, hace que se tambaleen muchas cosas, cuando del contenido, de lo que pretende, se pasa a la literalidad mantenida en su forma coyuntural. Lo vemos bien reflejado cuando en nuestra iglesia, especialmente a nivel de fundadores, se constata que algo se va perdiendo de su fuerza y se apela a la vuelta a los orígenes para captar su esencialidad y ser fieles a su proyecto.
Es lo mismo a lo que toda la Iglesia quiere ayudarnos a realizar en este año de la fe, para redescubrir todo lo que se nos ha quedado fuera de contexto, y nos llama a ahondar, a redescubrir, nuestra adhesión más auténtica a Cristo, purificando, limpiando, recreando y potenciando la verdad de nuestra fe.
Cuando nos situamos en esa realidad, en esa tarea, al final es cuando terminamos descubriendo el valor de lo pequeño y de lo grande, de lo que parece insignificante y de lo que puede sonar a crucial. Más aún, la realidad de nuestra estar en la verdad nos la descubre nuestra capacidad para cuidar hasta lo más insignificante, porque el amor es así. No sólo se pone de manifiesto en las grandes opciones, en los grandes gestos, si no en todos esos gestos sencillos, pequeños de cada día, pero que señalan de verdad su autenticidad, su delicadeza, su sensibilidad, su ternura. Eso nunca se puede abolir porque marca hasta qué punto se han hecho carne de nuestra carne nuestras grandes opciones. Y vivir eso y enseñarlo, como dice Jesús, nos adentra en lo mejor de nosotros, en nuestra grandeza humana y divina, en lo mejor y más auténtico de cada norma o ley, que si es buena siempre confluye al bien.
ORACIÓN: “Sensibilidad abierta”
No, no es un tema baladí. Lo vemos plasmado en muchas de las sensibilidades que hoy vivimos en nuestra iglesia, y en otras normas que necesariamente nos sirven o deben servir de guía. Muchas veces a lo largo de la historia reciente, hemos querido pasar por alto todo ello, y hemos hecho o se no s ha hecho daño, sobre todo con aquellas realidades que tocan fibras profundas de nuestra realidad, de nuestra humanidad. Por eso me parece importante tu llamada de atención y tu afirmación. Cuando tratamos de desvalorizar lo que parece pequeño podemos arrancar lo mejor y lo más cercano de nuestras posibilidades. Lo pequeño nos define, lo que parece secundario forma parte de ese entramado de venas de nuestra existencia que si se cortan algo sangra o muere. Por eso, Señor, sí, mantén mi sensibilidad abierta, a lo grande y, especialmente a lo pequeño, de lo mío y de los demás, porque ello me terminará llevando siempre a lo bueno, a lo que es significativo, y eso construye y engrandece nuestra vida. Dame luz para vislumbrarlo siempre.
CONTEMPLACIÓN: “Mi grandeza”
Tú sabes bien
del valor de lo pequeño.
Has dejado tu altura,
has dejado atrás tu cielo,
para empeñarte en acercarte,
para ponerte a mis pies,
¡qué locura!
y dictarme mi grandeza
¡qué desconcierto!
Y torpemente aprendo,
entre fracasos y aciertos,
mientras tú me sigues lavando,
mientras me sigues sirviendo.
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