DOMINGO 10 ORDINARIO – C
LECTURA: Lucas 7, 11‑17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo toco (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
MEDITACIÓN: “A ti te lo digo”
No es un texto fácil si nos quedamos en la literalidad por muy emotiva que sea la escena. Toparnos con milagros de esta envergadura nos pueden desconcertar, ya que no los vemos en nuestro vivir diario. Aunque, quien sabe si, a lo mejor, hay más de los que pensamos; de hecho, cada día de vida es un milagro que se nos regala y que muchas veces, las más de las veces, no sabemos valorar.
Pero sabemos que esos signos de Jesús son llamadas para nuestra vida, llamadas para despertar a la vida, llamadas para dar vida y recibir vida. Tal vez esto es lo primero, porque si algo nos ha regalado Dios con la resurrección de Jesús es precisamente la vida, la vida que nos levanta de nuestro final oscuro, y desde ella, la vida que nos quiere levantar cada día de nuestras tendencias a cerrar caminos, puentes y posibilidades.
Por eso, nos podemos quedar en esa frase como nuclear de nuestro caminar, “a ti te lo digo”, levántate. Sí, porque sabemos que podemos estar muertos en vida. El mismo Apocalipsis dirá a una de las iglesias, que tiene nombre de vivo, pero está muerto. Y es que cuando dejamos de luchar, cuando dejamos de crecer, cuando nos bloqueamos o encerramos en nuestro yo pequeño, limitado, obcecado, cuando no somos capaces de creer en nosotros mismos y en nuestras posibilidades de renacer, de dar vida a lo mejor de nosotros, cuando nos cerramos en la corriente fácil que nos arrastra porque es cómoda y atrayente, negamos posibilidades a la vida, a nuestra vida, a todo el potencial que lleva inscrita, y cuando algo no se llena, se termina vaciando.
Así, la llamada de Jesús a ese joven muerto, es una llamada a cada uno de nosotros, a mí, para hacernos conscientes de que Dios nos llama a la vida, a la eterna como don, pero que estamos llamados a construir como tarea aquí. Don y tarea se alimentan mutuamente en Jesús y nos hace activos en nuestra construcción. No somos marionetas de un Dios, por muy bueno que sea. Es precisamente su bondad la que da espacio a nuestra libertad y a nuestras opciones. Pero su voz se levanta cada día como una llamada a la vida, a estar atentos, a descubrir con plena conciencia lo que nos dan y lo que queremos coger y lo que deseamos dar. Y es que cuando cerramos las puertas a la resurrección definitiva, cerramos el camino a la resurrección de cada día, adelantamos la muerte, por muchas cosas y placeres que le pongamos como adorno pero que, por sí mismas, no sólo llenan sino que vacían. Porque nuestra realidad es lo suficientemente grande como para consolarla con pequeños premios, premiso meramente materiales, de consolación.
El amor pide más cada día, el que recibimos y, sobre todo, el que damos, y despertar a ello, levantarnos para hacerlo realidad, es uno de los grandes milagros que se nos regalan para vivir y dar vida. Es la tremenda oferta que conlleva nuestra fe.
ORACIÓN: “Mi oído atento”
Gracias, Señor, por la vida material que me sigues regalando, pero gracias, sobre todo, por esa tremenda corriente de vida que has puesto en mi interior para que aflore y que me descubre no sólo tu regalo, sino mi tarea, tarea diaria e inacabable, tarea que me abre a los horizontes tremendos de mi propia realidad, de mi capacidad, de mi realidad humana. Sí, gracias, porque ante tantos espacios que me acortan, frente a tantas dificultades que surgen para hacer frente, precisamente a las dificultades, me llevas por el camino no de lo fácil sino de lo bueno. Y necesitamos, Señor, bondad, necesitamos mirar con ojos de fuerza, para descubrir que la vida es tan valiosa que no podemos frenarla y relegarla con la facilidad, a veces bestial, como lo hacemos. Por eso, Señor, mantén mi oído atento, despierto, mi corazón en pie, dispuesto, sencillamente, para acoger el reto de la vida que tú me has regalado. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Vienes y me llamas”
Vienes cada día
a levantarme de mi suelo,
cálido y cómodo,
para invitarme a andar,
a construir mi camino,
a despertarme de mi sueño,
a descubrirme la realidad
que me rodea y me posee,
a reconocerme en mi ser,
en ese potencial de vida
que pugna por brotar en mí
y que fácilmente ahogo.
Vienes y me llamas,
y te empeñas en alzarme
de mi dignidad en ti.
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