Domingo VII de Pascua – La Ascensión del Señor – Ciclo C

ASCENSIÓN DEL SEÑOR – C

 

 

 

LECTURA:                 Lucas 24, 46‑53”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 

Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» 

Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. 

Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. 

 

 

MEDITACIÓN:                “La fuerza de lo alto”

 

 

            Esta es la mejor noticia y parece que es la que más nos cuesta reconocer. Continuamente, de una manera o de otra, consciente o inconscientemente, ponemos de manifiesto que las cosas nos desbordan. Pedimos fuerza, una fuerza que ya poseemos pero que no somos capaces de reconocer o de tomar para hacer frente a toda nuestra realidad humanizadora, en toda su totalidad. Fácilmente nos cerramos en nuestros límites. Ponemos de manifiesto que no podemos responder a ciertas realidades que se nos escapan o en las que vemos dimensiones que nos sobrepasan, o eso creemos, y no somos capaces de abrirnos al don que se nos ha hecho, al don gratuito del Espíritu que se nos ha derramado y que conforma precisamente esa fuerza de lo alto que es la que nos puede hacer posible alcanzar lo que en el fondo deseamos, porque por nosotros mismos, por nuestras propias fuerzas, constatamos que no somos capaces, porque sería más triste decir que no queremos, de ir más allá.

 

            Desde el ámbito de la fe es el camino que nos falta por recorrer. La ascensión no es simplemente una marcha, porque no lo es. Es la certeza de una fuerza que se nos ha manifestado, que se nos ha derramado y regalado. Una fuerza por encima de la nuestra no para desbordarnos sino para permitirnos dar más pasos. Para caminar por terrenos que pensábamos que no eran posibles. Y ni siquiera es una fuerza extraña que se nos impone desde fuera sino que se adentra en nuestro interior, para ser fuerza desde dentro. Fuerza regalada pero nuestra, que nos abre caminos. Porque la conversión y el perdón no son sino actitudes que nos abren caminos, que nos tienden puentes, que nos abren a nuevos y continuos horizontes con nosotros mismos y con los otros.

 

            Fuerza para ser testigos de algo nuevo, de una nueva noticia que genera alegría, porque abre espacios nuevos de vida y de esperanza, porque abre la vida a una dimensión desbordante. Tal vez por eso nos da miedo acogerla. Parece que nos movemos más seguros en nuestros terrenos conocidos, estrechos, en nuestras violencias, guerras e injusticias, que parece que es como hemos resuelto siempre nuestros conflictos, sin éxito y con dolor, claro; pero seguimos en ellos porque nos da miedo la aventura del perdón, de la fraternidad, del amor, de la misericordia. Son terrenos desconocidos cuyas consecuencias nos asustan, nos alejan de nuestros poderes, grandes o pequeños, de nuestra capacidad de controlar y dominar, y no tenemos valor para ello. Esa es la tragedia de nuestra humanidad y de nuestras personas cuando no nos atrevemos a ir más allá, cuando nos cerramos en nosotros, cuando nos quedamos en nuestras fuerzas, cuando nos negamos a ascender y no damos paso a la fuerza de lo alto. Pero ése es desde el principio hasta el fin el regalo de Dios, el regalo de su creación, de su vida, de su muerte y su resurrección, de su salvación. Algo demasiado grande para nuestra pequeñez, pero posible y real. Es nuestra llamada a ascender con él. No cerremos el paso a su fuerza.         

 

 

ORACIÓN:                “Retomar tu fuerza”

 

 

            Señor, he sentido tu fuerza, tal vez no he sabido aprovecharme de ella en su totalidad, pero he sentido su desbordamiento cuando ya en mí no había espacios en los que refugiarme, a los que acudir. Tal vez me han podido las imágenes sobre las palabras, sobre tus afirmaciones, y he tenido la tentación de verte lejos, en tu cielo más que en mi corazón. Y es ahí, es ahí donde has ascendido, donde te has adentrado, donde, tan cerca, no he sabido encontrarte, buscarte, tomarte, retomar tu fuerza. Y hoy, al volver a mirarte, al volver a escucharte en el caminar de mi vida, redescubro tu llamada, tu oferta, tu presencia y, simplemente, hoy, me brota un silencio y un gracias que me aferra y me refuerza en ti.           

 

 

CONTEMPLACIÓN:                “No te has ido”

 

 

No te has ido,

estás cerca,

más cerca que nunca.

Te has quedado en mí

y decirlo, saberlo, sentirlo,

me desborda en mi interior.

Es sueño y esperanza,

certeza y realidad.

Es un camino infinito,

sin puertas cerradas,

de horizontes abiertos,

de fuerzas que se expanden

y crecen, me crecen

hasta desbordarme,

de vida, de alegría, de cielo.

 

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