MIÉRCOLES IV DE PASCUA
LECTURA: “Juan 12, 44‑50”
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mi, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día.
Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre”.
MEDITACIÓN: “Como luz”
Estamos girando ante el mismo mensaje, en realidad siempre es así, pero con esos matices que nos aportan siempre un algo especial en ese ofrecimiento que se nos hace y que nos quiere reforzar cómo estamos inmersos en una realidad que nos quiere aportar algo positivo. Tal vez es lo más importante, frente a todas las situaciones en las que nos movemos, y a esa cultura de un presentismo superficial, vacío o resignado, que no es capaz de asomarse a un horizonte que vaya más allá de la mera materialidad condicionada.
Frente a toda esa realidad que no es capaz de abrir más horizonte ni aportarnos más luz que la de nuestras sombras, y las artificiales que podamos añadir, nos vuelve a llegar en tono pascual ese derroche de luz que nos dejaba tu encarnación y en el que el propio Juan insistía. Porque no es una luz simplemente que ilumina, es una luz que viene llena, cargada de contenido, cargada de vida: “En la luz había vida y la vida era la luz de los hombres”.
El tema de la iluminación es central en el fenómeno religioso. Pero en nuestro caso no se trata de una mera luz sobrenatural. No se trata de adentrarnos en una realidad misteriosa, en un ámbito de divinidad que todo lo aclara, una especie de transfiguración continua. No es una luz en la que podemos evadirnos o escondernos. Es una luz que ilumina desde lo profundo todo aquello que nosotros no podemos ver por nosotros mismos en nosotros mismos, y que no nos evade si nos que nos descubre todo nuestro potencial de vida, de vida que tenemos y hacia la que nos dirigimos, porque aquí no la podemos captar más que en su expresión mínima, pero suficiente como para que nos llene de sentido, nos oriente, nos descubra la riqueza que somos y vislumbremos hacia la que caminamos. Es la luz que amplía el margen de nuestra inteligencia y potencia nuestros sentidos, hasta permitirle descubrir por ellos mismos los que sin su claridad podríamos alcanzar a ver.
Por eso, es una luz a indagar, en la que adentrarnos sin miedo a quedar absorbidos, porque no nos difumina sino que nos define. Es la luz de la fe que se nos ha ido manifestando y que hemos descubierto en Cristo, el crucificado resucitado, que ha brillado y sigue brillando con la llama, la fuerza y la belleza del amor.
ORACIÓN: “Nuestra elección”
Como no vamos a explayarnos un una acción de gracias desbordante cuando en ti sólo descubrimos aquello que nos potencia en nuestra realidad, y nos permite ahondar en el mar inagotable y desconocido de nuestra propia humanidad. Es la parte que nos hace más nosotros mismos, que pone en juego y potencia todo lo que nos adentra en la grandeza de nuestro ser y que exige, por ello, el juego pleno de nuestra elección, de nuestra libertad, de responder al reto que aflora en nuestra humanidad, a nuestras opciones definitivas. La pena es que da la sensación que todo esto lo hemos revestido de una seriedad a veces asfixiante, en lugar de un gozo entusiasmante que sólo puede arrancar una sonrisa continua a nuestra historia, cargada de por sí de notas oscuras a las que nos empeñamos en añadir las nuestras, o en evadir ingenuamente, aumentando su oscuridad o su alegría pasajera. Tu luz nos habla de llamada a descubrir el núcleo de nuestra felicidad que no depende de los avatares de nuestra existencia sino de nuestras opciones que nos adentran en la tarea del amor que tú nos has mostrado como experiencia de donación mutua. Y todo ello es el mayor regalo de nuestra existencia. Gracias por tanta luz, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Misterio de amor”
Eres misterio,
como lo soy yo,
pero en ti no hay tinieblas.
Tú eres luz que ilumina
todas mis sombras
y dibujas de colores
mis caminos grises
que a veces difumino
con ráfagas de viento
de tímidos vuelos
en mis adentros.
Y en ti se hace explosión
de vida y de sueños,
respuestas luminosas
a silencios que nadie respondía
y que en ti se hacen melodía.
Y es que eres misterio de amor,
siempre desbordante y luminoso,
pero siempre misterio
de luz desconcertante e infinita.
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