Semana V de Pascua – Martes 1

MARTES V DE PASCUA

 

 

 

LECTURA:                 Juan 14, 27‑31ª”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»

 

 

MEDITACIÓN:               “Amo al Padre”

 

 

            La relación con Dios no puede ser de sumisión  sino de amor. Es la única relación posible para con Dios y a esa relación de intimidad es a la que nos quiere llevar Jesús. Su empeño desde el comienzo de su vida pública ha sido la de llevarnos a esa experiencia de amor que él nos ha acercado y en la que el Espíritu es fuente y culminación como ya veíamos ayer.

 

            Parece que al introducir la Trinidad se nos desborda la expresión de esta relación, pero Jesús no nos quiere crear problemas ni complicar nuestra fe. Quiere hacernos sentir que Dios es más grande que nuestro pensamiento. Que nos desborda en su realidad hasta convertírsenos en misterio, pero un misterio que arranca del amor y que nos lleva al amor.

 

El amor es un misterio en sí, forma parte de nuestra realidad más rica y honda, pero ello no nos lleva a apartarnos de él, sino a tratar de ahondar en él y de gozar de toda su riqueza, en cuyo adentramiento nunca terminaremos de pararnos si no queremos correr el riesgo de perderlo, de no gozarlo, de no experimentar todas la fuerza de sus implicaciones en nuestra vida.

 

            Dios es amor, amor gratuito, algo que ya de entrada nos desborda, pero que intuimos que si es verdad tiene que ser así para que sea amor. Amor que se nos ha manifestado desbordante hasta lo increíble, hasta la muerte, en Jesús. Y entendemos que el amor, si es verdadero, llegue hasta ahí, porque ese límite para nosotros marca su veracidad, un límite humano que hasta ahí entendemos.

 

Pero el amor de Dios llega más, donde ya nos desborda, lleva hasta la vida, hasta recuperar la vida, porque el amor es la realidad más totalizante que nada ni nadie puede apagar, ni siquiera la muerte, por eso resucita. El amor pleno, el que ya sale de nuestros límites, se nos regala en la resurrección, manifestación de la verdad, de la fuerza de vida, de vida divina, que lleva inserta en sí, y de la que nos ha comunicado y hecho partícipes el Verbo eterno desde la creación del mundo, y que se nos ha explicitado, revelado, en Jesús.

 

            Así es como la Trinidad nos habla del misterio del amor total en el que los seres humanos estamos insertos, aunque podemos rechazar, porque es esencia del amor no imponer. Dios nos ha hecho con capacidad para entender todos ese misterio, aunque cada uno lo descubra y viva a su nivel, y por ello con la posibilidad de acogerlo o no. Jesús, el Hijo, y el Espíritu, nos ofrecen su luz y su fuerza para acceder a esa experiencia de amor, para llevarnos al Padre, para introducirnos en el corazón de ese misterio al que nos ha dado en llamar Padre. A él quiere dirigir nuestro ser, a experimentar su amor y a volcar en él el nuestro, es decir a poner en él el núcleo de nuestra vida porque es en él donde encontramos el sentido de nuestro ser.

 

            Estamos tocando centro, estamos respirando la llamada profunda de nuestra fe y no podemos dejar escapar la grandeza y la hondura del momento.              

 

 

ORACIÓN:              “Me invitas a la totalidad”

 

 

            Señor, ante el misterio, el misterio del amor, sólo puede brotar un gracias profundo. Tu lenguaje y tu experiencia, la que nos ofreces con tu vida, nos pone de manifiesto la hondura, la fuerza y la belleza del amor que dista años luz de lo que nosotros damos en llamar de la misma manera, y no hablo sólo ya de ese amor degradado que hemos hecho juego superficial de nuestro placer. Tal vez porque nos da vértigo adentrarnos en él es por lo que hemos decidido quedarnos en la orilla renunciando a introducirnos en el océano que implica. Somos así, nadamos en la orilla y ya creemos que hemos experimentado toda lo que conlleva zambullirse en el océano con su placer y su misterio que sobrecoge. Por eso, gracias, Señor, gracias porque me invitas a la totalidad, una totalidad que a veces me interesa negar por cobardía, pero a la que mi existencia está abocada a entrar. En ti lo descubro, me inquieta, pero es llamada de todo para lo que he sido creado. Por eso, sólo me brota un profundo, temeroso y gozoso, gracias.         

 

 

CONTEMPLACIÓN:                “Entrar en ti”

 

 

Quiero entrar en ti,

quiero zambullirme

en las aguas profundas

de tu océano de amor,

adentrarme en ese misterio

abisal de tu ser divino

que forma parte de mí,

del que me has formado

y del que siento una llamada,

una fuerza que me arrastra,

hasta confluir en ti,

belleza desbordante

de tu amor y del mío,

experiencia de plenitud.

 

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