Jueves de la Octava de Pascua – 2

JUEVES DE PASCUA

 

 

LECTURA:           “Lucas 24, 35‑48”

 

 

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por que surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?»

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

 

 

MEDITACIÓN:                “La conversión y el perdón”

 

 

            Acabamos de salir no hace mucho del tiempo cuaresmal. En él se ha hecho presente, de un modo especial, la llamada a la conversión, y muchos la hemos acabado, redondeando ese tiempo de gracia con el sacramento del perdón. Ahora estamos en pascua, y podemos tener el riesgo de dar por pasadas esas actitudes y darles el carpetazo hasta la cuaresma próxima. Sabemos que no debe ser así, pero tenemos que reconocer que eso de la conversión y sus consecuencias nos suenan como pesadas y, por eso, casi sin darnos cuenta, las hemos “encerrado” y casi redujo, en un tiempo litúrgico que, además, nos termina sonando un poquito pesado.

 

Es cierto que vivimos las consecuencias de la salvación que nos ha alcanzado el resucitado; pero ello, precisamente por sabernos insertos por gracia en esa realidad de  nuestra existencia, conlleva nuestra respuesta de hombres y mujeres que quieren vivir cada vez más plenamente y coherentemente nuestra respuesta a esa acción salvadora de Cristo. Y esa respuesta pascual supone una actitud continua de vivir nuestra vida en clave de conversión, vueltos de cara a un  Dios que nos ama, y que nos perdona para asemejarnos cada vez más a él, porque ahora, como dirá Pablo, somos más conscientes que nunca, de que estamos llamados a configurarnos con Cristo, a ser otros cristos, aunque nos suene grande. Pues sí, así de grande y de hermoso.

 

            Y por eso los apóstoles, y nosotros con ellos, recibimos en el comienzo de la pascua, y de los mismos labios del resucitado, la tarea que constituyó el primer grito en el inicio de su vida pública. Hemos sido salvados por puro amor. Hemos sido perdonados por pura gracia. Se nos han abierto las puertas de nuestra plenitud. Lo mejor de nuestros anhelos de humanidad se nos han ofrecido al alcance de  nuestra mano. No se nos impone, se nos regala y, como todo regalo, lo podemos rechazar. Pero si lo tomamos tenemos que asumir nuestra respuesta, el empeño ilusionado y gozoso de ir modelando y abriendo nuestra vida al proceso de su realización, cada uno con nuestro paso, generalmente mucho más lento del que quisiéramos, pero firme y decidido.

 

            Porque Cristo ha resucitado, porque hemos recibido la confirmación de nuestra salvación, podemos adentrarnos con esperanza en la dinámica esforzada, dadas nuestras limitaciones, de nuestra conversión, de nuestra respuesta coherente, de nuestro deseo de modelar  nuestra vida desde Cristo, desde el Dios amor que se nos ha revelado en él, con todas las consecuencias que se desprenden de su vida y que tenemos que hacer nuestras. Nuestra tarea ya no puede ser otra que la de hacer nuestra vida desde él, la de caminar fijos los ojos en él. Con la humildad y el gozo de sabernos acogidos por su perdón continuo, que nos va limpiando y quitando el lastre de nuestra andadura, torpe a veces. Podemos acercarnos al perdón porque se ha adelantado a dárnoslo, y en el sacramento tenemos la certeza de recibirlo y acogerlo humildemente y con gozo, el gozo de  nuestra dignidad y grandeza que él mantiene porque es fiel. Sí, es hermoso y esperanzador porque con su resurrección se nos abren horizontes nuevos que sólo él nos puede abrir, de liberación y de plenitud.

 

            Jesús les pregunta y nos pregunta por qué seguimos dudando, por qué mantenemos miedos cuando él se nos está manifestando. Miedos a nuestra propia libertad, a la grandeza de horizontes. Por qué nos asusta el reconocer  nuestra dignidad, por qué tenemos miedo de adentrarnos en nuestro interior y asumirnos como tarea. Preguntas que junto a otras en este año de la fe, a la luz de la fuerza de la pascua, debíamos hacernos con verdad y con esperanza. Nos va en ello lo mejor de nosotros mismos y nuestro hacernos testigos de esta buena y plenificante noticia que los hombres, aunque nos sea más cómodo cerrarnos a ella, necesitamos.

 

 

 ORACIÓN:                   “Camino de esperanza”

 

 

            El miedo es una palabra que no nos gusta reconocer, pero que se pone de manifiesto continuamente en nuestras actitudes. Preferimos disfrazarla, pero nuestros miedos son grandes y muchos. Desde los más pueriles o misteriosos, como esos fantasmas de mil caras que pueden hacernos temer. Los más reales, ante situaciones que hoy nos desestabilizan y nos hacen vivir en un ambiente de inseguridad y violencia, también de mil caras; o esos miedos que todavía nos cuesta más reconocer de encontrarnos con nosotros mismos, de abrirnos a nuestra realidad para convertirnos, y de reconocernos en construcción, en crecimiento, porque interpelan y nos llevan a encontrarnos con nuestra verdad que preferimos evadir. Y, por ello, preferimos volver la espalda, taparlos o negarlos. Lo reconozco, Señor. Tú te extrañas. Te extrañaste muchas veces de esa actitud nuestra, y yo también cuando la vivo en mí mismo. Pero tu insistencia, tu vida, tu palabra se me sigue haciendo camino de esperanza en ti y en mí, y eso es un tesoro que no deseo perder. Sigue ayudándome a mantenerme y ahondar en él. Aumenta y consolida mi fe.         

           

 

CONTEMPLACIÓN:                  “En ti”  

 

 

Me has regalado tu paz,

y sales a mi encuentro

para romper mis miedos,

 poner mis pies en marcha

y hacer de mi vida camino,

 camino que asciende a ti.

Has deshecho las ataduras

que yo mismo construyo

para defenderme de ti y de mí,

y que fácilmente justifico.

Y así has abierto el tesoro

que escondes en mí.

Me haces tarea inacabada,

expectación abierta,

posibilidad infinita de ser en ti.

Realidad que me supera

y que, en el fondo, me emociona,

porque sé que ése, soy yo en ti.

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