TIEMPO ORDINARIO
Lunes 3º
LECTURA: “Marcos 3, 22-30”
En aquel tiempo, unos letrados de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
MEDITACIÓN: “Dividido…no puede subsistir”
Independientemente de la situación concreta en la que nos sitúa este texto, la afirmación que nos deja Jesús es universal y tremendamente actual, porque ahí hemos avanzado muy poquito o, tal vez, tengamos que decir que estamos retrocediendo Las divisiones no sólo son importantes porque rompen los reinos, las familias, los grupos sociales, las religiones, y toda realidad humana, deteriorándolas. Las divisiones son dramáticas porque afectan a la propia persona. Cuando la persona está dividida interiormente termina, tarde o temprano, rompiéndose y, al final, rompiendo con todo lo que está a su alrededor. Tal vez ése es nuestro drama y nuestro reto.
Hoy precisamente acabamos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Un drama que vivimos de modo casi impasible, pero que sigue rompiendo la credibilidad de nuestra fe; y, eso, manifestado por el propio Jesús. Nos alarmamos de la reducción de creyentes pero no somos capaces de descubrir o de asumir que gran parte de esa actitud es producto de nuestras fuerzas dispersadas, de nuestras rupturas, que ponen en tela de juicio la verdad de Jesús.
Al final puede que todo sea producto de ese punto de partida que es nuestro propio corazón, que se refleja en todo lo que hacemos y tocamos. Nuestras convicciones, nuestra fe, muchas veces no es firme, ni coherente. A veces queremos compaginarlo todo, intentamos echar una palada de cal y otra de arena, jugar con todas las cartas y, al final, todo es confuso, relativo, parcial, y todo o casi todo vale. Consecuencia: división. Manejamos grandes palabras y conceptos pero luego nos desbordan. Hablamos de derechos, pero de los míos; de libertad, pero la mía; de respeto, pero a mí y a lo mío. Ponemos de una manera brutal barreras a Dios y nos enfrentamos a él; barreras a los otros, y nos enfrentamos continuamente; y ya, como nunca hasta dentro de las familias. Barreras a la naturaleza que no sabemos respetar, y barreras a nuestro propio corazón porque preferimos escuchar más las voces externas que las internas porque hay que ser y hacer como todos, acallando la voz de nuestra propia conciencia a la cual ya casi hemos echado al desván de los inexistencia de los trastos viejos.
Y seguimos divididos y dividiendo, y así nos termina venciendo la fuerza del mal, porque el mal divide siempre, el bien une y acerca. Tal vez tengamos que insistir y recordar los cristianos, como nos dice Jesús, que el bien es más fuerte porque poseemos el Espíritu; al final lo que se trata es de trabajar nuestra vida con él. ¿Lo creemos así? Jesús está convencido de que el bien es más fuerte, aunque defenderlo le cueste la vida, pero su resurrección nos lo asegura. Por eso, su llamada a unirnos cada vez más a él se nos convierte en llamada y tarea.
ORACIÓN: “Dar lo mejor”
Es cierto, Señor, siempre que tenemos que hablar de unión o división nos vamos por derroteros de las grandes realidades en las que estamos inmersos y cuyas consecuencias, lógicamente, nos afectan y nos sobrepasan. Pero aunque me afecte todo ello, donde se juega mi vida es en mi propio interior. El gran reto de mi existencia se forja en mis convicciones, en mis coherencias, en ese ir encontrando y trabajando esa armonía interior que se manifiesta, como no puede ser de otra manera, en todo lo que pienso y realizo. Y, claro que sí, en mí descubro divisiones que muchas veces me rompen, que me impiden ser yo mismo, que no me dejan avanzar en mi propio crecimiento de todo aquello que siento como más auténtico de mí mismo. Por eso, Señor te doy gracias porque a pesar de todo, o por todo eso, me sigues ofreciendo tu llamada, por la fuerza que me regalas, por la coherencia que tratas de ayudarme a poner en mí. Gracias, porque esa armonía a la que me invitas me permite descubrir y dar lo mejor de mí. No es fácil, pero la tarea es ambiciosa y vital. Y, sobre todo, porque tú estás ahí. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Contigo”
Has bajado de tu cielo
para entrar en mí.
Quieres tomar mis manos
para hacerlas tuyas,
quieres habitar en mí
y anhelo vibrar por ti.
Quiero ser uno contigo
y en ti
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