Domingo II de Adviento – Ciclo C

TIEMPO DE ADVIENTO – CICLO C

 

Domingo 2º

 

 

 

LECTURA:           Lucas 3, 1‑6”

 

 

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»

 

 

 

MEDITACIÓN:                “En el desierto”

 

 

            Me he quedado con esta palabra aparentemente vacía, al fin y al cabo eso es un desierto, pero que se repite un par de veces y que me traía ecos de las palabras que hace poco, nuestro Papa, al iniciar el Año de la fe utilizaba de manera reiterada para hacernos un llamamiento a todos los cristianos, un poco como este llamamiento con el que Juan Bautista empieza su misión.

 

            El Papa nos decía que estamos convirtiendo el mundo en un desierto. Estamos vaciando todo de sentido, de valores. En un mundo de comunicación hay más soledad e individualismo que nunca, y se va perdiendo toda esperanza de sentido. Estamos despojando al hombre de su dignidad y tenemos que ayudar a devolvérsela. E inmersos en esa realidad el lenguaje del Bautista se nos vuelve actual y con la misma urgencia: tenemos que ser capaces de allanar senderos, de enderezar lo torcido, de igualar lo escabroso, de gritar “preparad el camino al Señor que está, que viene, que quiere llegar a nosotros, a nuestro corazón, un corazón que ha sido creado por él y que no encontrará reposo, como decía san Agustín, hasta que no seamos capaces de descansar en él.

 

            Y no tenemos que ir a ningún lado especial. No tenemos que ir a ningún desierto físico, estamos inmersos en él; a veces, tanto, que lo experimentamos hasta dentro de nosotros mismos, porque ese vacío se nos contagia, nos envuelve y, a veces, hasta nos puede.

 

            Y todo esto no es para derrotarse o verlo todo negro. Es precisamente, un momento de esperanza, como vivimos o queremos y debemos vivir este nuevo adviento. No repetimos el mensaje para destacar una palabra sin más, que puede sonar muy  bonita. Es una necesidad, es una llamada, es una realidad que tenemos que seguir despertando, experimentando y ofreciendo, no como palabra y deseo nuestro, sino como palabra y llamada de Dios, al hombre que ha salvado y que quiere hacerle consciente de su grandeza, de su dignidad, y que no es teoría, no es un mensaje religioso teórico y etéreo, que en ello nos va la realización de nuestra humanidad, personal y social.

 

            La fe, lo sabemos y queremos ahondarlo más en este año especial, no es un adorno, si así fuese nadie se sentiría interpelado y molesto ante quienes la proclamamos. La fe no es una serie de creencias espiritualistas, es la adhesión a una persona, a Cristo y al Dios que nos ha manifestado como vida, como amor, como camino y meta de nuestra historia, con salvación de todo lo que nos destruye en nuestro propio corazón, y eso conlleva toda una manera de ser y de actuar.

 

            Por todo ello, con Juan, hoy se nos invita a gritar nuestra fe en el desierto del corazón humano para que resuene en él una llamada de conversión y, por ello, una llamada de esperanza. Dios viene, Dios es, Dios está.

 

 

ORACIÓN:               “Lo que me construye”

 

 

            Señor, tu llamada vuelve a resonar y tenemos que volverla a escuchar con toda la fuerza de su novedad. Podría parecer que nos sobra, ¡llevamos tanto tiempo escuchándola!, pero no es así. Formamos parte de un mundo en el que todo se interrelaciona, y cada vez más. Son muchas las voces que se elevan y muchas las seducciones fáciles que nos atrapan. Sabemos que no conducen a nada, que sólo generan un placer pasajero, pero es lo concreto, y ya parece que nos somos capaces de ir más allá, aunque ese concreto nos deje, al final, vacíos. Señor, te necesitamos, te necesito, porque sólo en ti descubro lo que me construye de verdad. No significa que tengamos que estar siempre luchando contracorriente, significa que tenemos que ser capaces de optar por lo que nos hace más humanos,  por lo que nos construye, no por lo que nos destruye. Tal vez cueste más, ciertamente supone decir que no a muchas realidades fáciles, pero no es para negar, es para decir sí a lo que dibuja auténticamente mi sed de felicidad. Sí, ven, Señor, aumenta mi fe y mi esperanza.

         

           

 

CONTEMPLACIÓN:                  “Tu eco”

 

 

 

Cuántas veces has intentado

enderezar mis pasos.

Cuántas veces has querido

llenar mis vacíos.

Cuántas veces has reparado

las grietas de mi vida

y cuántas veces las he truncado.

Pero sigues llamando,

gritando incansable

tu llamada de amor.

Y en mi desierto expectante

sigue reverberando tu eco

que va llenándolo todo,

 poco a poco, de vida.

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