TIEMPO ADVIENTO
Día 18
LECTURA: “Mateo 1, 18‑24”
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios‑con‑nosotros».»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
MEDITACIÓN: “Salvará a su pueblo de los pecados”
Estamos entrando en el momento más significativo de la historia para nosotros y este texto nos da la clave de todo lo que está en juego. Lo vemos como algo lógico, pero estamos ante uno de los acontecimientos más sorprendentes, y casi podríamos decir que increíbles, y no es de extrañar que muchas no sean capaces de entenderlo o acogerlo. Y, además, estamos tocando conceptos que hoy no se entienden. Todos palpamos la realidad de mal que nos rodea, pero sin embargo, la idea de “pecado” no existe. Y lo mismo sucede con el término “salvación”. Por lo tanto, hablar de ser salvados de algo que no existe no tiene sentido, no entra en el nivel de comprensión de muchos. Y, encima, el modo o el marco en que se realiza desborda la comprensión normal, esperar un hijo del Espíritu Santo se escapa del nivel de comprensión. Y, es cierto, estamos ante realidades que las acogemos desde el ámbito de la fe, o nos desbordan por los cuatro costados.
Y, sin embargo, estamos convencidos, vamos a volver a revivir los acontecimientos que marcan un hito en nuestra historia y que la iluminan, le dan sentido. Dan sentido a toda la vida porque nos abren a realidades o dimensiones a las que no podemos llegar desde nosotros mismos, pero que están respondiendo a lo más profundo que late en el corazón humano, y que lejos de convertirse en un sueño irreal que nos mete en algo incomprensible, entra perfectamente en el ámbito de nuestros anhelos y hace que no sólo el futuro, sino que desde ese futuro, todo nuestro presente asuma unos comportamientos, unas actitudes concretas, capaces de transformar y dar sentido nuevo a nuestra historia. Otra cosa será lo bien o lo mal que lo hagamos quienes creemos en ello. Los disparates y hasta el mal que hayamos podido hacer o hagamos, pero eso no quita un ápice de fuerza a un mensaje que sigue resonando y esperando ser acogido en toda su verdad, su fuerza, su sentido, su radicalidad, tal como lo asumirá Jesús hasta las últimas consecuencias.
Desde ahí volvemos a repetir que sí, que llamémosle como lo llamemos, el mal que hacemos está ahí, y a ese mal que no acoge el mensaje del amor de Dios, le hemos llamado, pecado, y de su realidad nadie pude poner duda, por su fuerza dramática en muchos momentos, y que esa realidad de pecado, de mal, es la que ha hecho y hace que nuestro testimonio y el de la Iglesia no tenga la fuerza que debía o no sea acogida en su verdad. Y esa misma realidad que palpamos es la que nos habla de la necesidad de salvación. Necesitamos que alguien nos salve de las consecuencias de ese mal que nos sume en el dolor y en el absurdo, que nos cierra todos los horizontes y hace que nos movamos en el ámbito de la mera animalidad, sin referencias ni horizontes. Y es este absurdo oscuro en el que nos vemos envueltos el que viene a iluminar Jesús. Ni el mal ni el pecado tienen ya la última palabra. La primera palabra y última viene del núcleo de un Dios que nos ama y que está empeñado en sacarnos de nuestra oscuridad, dibujándonos la grandeza y la dignidad de nuestro ser humanos.
Sí, necesitamos escuchar palabras de vida, de salvación. Necesitamos que se nos abran horizontes, que combatamos la fuerza del pecado en todos sus frentes, que dejemos que una luz nueva ilumine nuestros absurdos. Sí, el Señor vino a salvarnos de nuestros pecados, sigue viniendo. Dios existe y no es enemigo del hombre, está de nuestro lado. Si lo hemos desdibujado o desvirtuado no es por él es por nosotros. En él sólo hemos recibido salvación. Y a seguir ahondando y abriéndonos a ella nos invita este adviento, esta navidad en puertas, este nuevo año de la fe.
ORACIÓN: “Construir humanidad”
Gracias, Señor, por tu empeño de amor. Gracias porque sigues viniendo, sigues a nuestro lado, a pesar de nuestra cortedad de miras e, incluso, de nuestras incongruencias y negaciones. Y perdona, perdona, porque sé que muchas de mis actitudes no tienen la fuerza y la coherencia que debían. Porque mi vida tal vez no entusiasma a nadie e, incluso, puede que desencante a no pocos. Pero no puedo seguirte sino desde mi realidad limitada y condicionada, pero con todo mi deseo de seguirte cada vez más de cerca, de dejarme contagiar por ti, de estar a la altura de tu entrega, de tu llamada, de tu salvación. Soy consciente de que es tiempo de retos, que en un momento en el que todo vale, es la ocasión de demostrar que no es así y que tú no eres enemigo, que sólo desde ti podemos construir humanidad. Estamos haciendo o queriendo hacer del hombre un ser frágil y maleable, lo estamos rompiendo, y yo a veces entro en ese juego cómodo y burdo. Que te venida me reilusione y me adentre con mi fuerza y coherencia en tu historia de amor.
CONTEMPLACIÓN: “Dios viene”
Eres como una primavera
que despierta la vida
de su letargo de muerte,
y que hace florecer
lo que sólo presenta
la rigidez de lo que un día fue.
Eres el aliento que devuelve
el calor perdido,
la palabra que despierta vida,
la luz que ilumina horizontes.
Eres el milagro que esperamos
y que no sabemos ver.
Eres el Dios viene, que está,
que me ama y me salva.
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