TIEMPO ORDINARIO
Lunes 25º
LECTURA: “Lucas 8, 16-18”
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz.
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.
A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.
MEDITACIÓN: “Nadie enciende un candil y lo tapa”
Sí, parece lógica esta frase de Jesús. Si se enciende una bombilla no es para echarle un trapo por encima, sería una tontería, aunque solemos hacer muchas cosas absurdas y llega un momento en lo que todo parece posible. Pero, sin embargo, lo que habitualmente parece imposible o no lógico en al ámbito de las cosas lo hacemos en el campo de las actitudes o de los principios que podemos decir tener.
En nuestro bautismo se encendió el candil de nuestra fe. Si allí no fuimos conscientes, reafirmamos conscientemente esa llama en nuestra confirmación y, todavía más allá, en cada eucaristía se supone que deseamos fortalecer esa llama en medio de tantos vientos que quisieran apagarla o, al menos taparla y quitarle fuerza. Y, sin embargo, tenemos que constatar con tristeza, que muchos cristianos la apagan voluntariamente, llevados o condicionados por lo que sea y, más triste aún, quienes decimos mantenerla la mantenemos muy tenuamente y, a veces, en el ámbito privado de nuestra vida.
Y, ante esa tentación, Jesús nos recuerda algo vital, lo que escuchamos o recibimos en privado es para que se vea, para que se manifieste, para que se haga público. Nos lamentamos muchas veces del ambiente pagano que cada vez parece que nos rodea con más fuerza. Nos entristecemos ante los bautizados que desertan de su fe y rechazan a la Iglesia; pero, en lugar de reafirmarnos en nuestro seguimiento de Jesús, en la fidelidad de nuestra respuesta, en la coherencia de nuestro testimonio, da la sensación de que preferimos, por miedo, vergüenza, comodidad o lo que sea, meter nuestra lámpara debajo de la cama.
Y desde ahí la llamada de Jesús, una vez más, se me hace interpeladora y estimuladora. Interpeladora porque me lleva a revisar la vivencia y la fuerza de mi llama y, estimuladora porque en la medida que la mantenga encendida él refuerza mi llama. Cuando ponemos él pone y da, y cuando quitamos el no fuerza y respeta, pero tampoco da y, es cierto, hasta lo poco que podamos tener se nos va diluyendo hasta desaparecer. Lo bueno, es que con él siempre estamos en posibilidad de reanudar y reencender la llama, sus puertas no son como las nuestras, él la mantiene abierta aunque nosotros la cerremos. A él le podemos cerrar el paso, pero él nunca nos cierra el acceso a él. Y eso es, al fin y al cabo, la esperanza de nuestra salvación. Gracias, Señor.
ORACIÓN: “Dame valor”
Señor, tendría que empezar pidiéndote perdón porque muchas, muchas veces, he escondido mi luz, puede ser que hasta haya llegado a apagarla y siempre, lo reconozco, por comodidad o por miedo. Claro está que no me atrevo a decirlo así, pero ésa es la verdad. Puedo poner multitud de razones, pero la consecuencia es ésa. Digo ser de los tuyos, pero no irradio tu luz, o lo hago con tanta mediocridad, que en lugar de estimular y de iluminar, causo decepción a todos. Señor, no, no quiero ponerlo todo negro, todo es complejo. Hay momentos de mayor fuerza, sí, y de verdaderos deseos y empuje, pero están tan condicionados por tantas cosas que, a veces, me veo distante, y cuando incluso oigo la palabra santidad, a la que nos llamas a todos, me da como desconcierto, miedo o vergüenza, como si eso fuese para extraterrestres. Señor, ayúdame, sé que necesitas de mí, de mi luz, tenue tal vez, pero luz que se vea, que ilumine un poco en medio de tanta oscuridad, dame valor, reaviva la llama de tu amor en mí.
CONTEMPLACIÓN: “Luz de tu luz”
Eres mi lámpara y mi luz,
en ti me miro para seguir
manteniendo viva mi llama.
En medio de tantos vientos
que irrumpen contra mí,
en medio de tantas manos
que tratan de ocultarme,
quiero mantener viva mi llama,
quiero ser lámpara encendida,
quiero ser luz de tu luz.
TIEMPO ORDINARIO
Lunes 25º
LECTURA: “Lucas 8, 16-18”
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz.
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.
A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.
MEDITACIÓN: “Nadie enciende un candil y lo tapa”
Sí, parece lógica esta frase de Jesús. Si se enciende una bombilla no es para echarle un trapo por encima, sería una tontería, aunque solemos hacer muchas cosas absurdas y llega un momento en lo que todo parece posible. Pero, sin embargo, lo que habitualmente parece imposible o no lógico en al ámbito de las cosas lo hacemos en el campo de las actitudes o de los principios que podemos decir tener.
En nuestro bautismo se encendió el candil de nuestra fe. Si allí no fuimos conscientes, reafirmamos conscientemente esa llama en nuestra confirmación y, todavía más allá, en cada eucaristía se supone que deseamos fortalecer esa llama en medio de tantos vientos que quisieran apagarla o, al menos taparla y quitarle fuerza. Y, sin embargo, tenemos que constatar con tristeza, que muchos cristianos la apagan voluntariamente, llevados o condicionados por lo que sea y, más triste aún, quienes decimos mantenerla la mantenemos muy tenuamente y, a veces, en el ámbito privado de nuestra vida.
Y, ante esa tentación, Jesús nos recuerda algo vital, lo que escuchamos o recibimos en privado es para que se vea, para que se manifieste, para que se haga público. Nos lamentamos muchas veces del ambiente pagano que cada vez parece que nos rodea con más fuerza. Nos entristecemos ante los bautizados que desertan de su fe y rechazan a la Iglesia; pero, en lugar de reafirmarnos en nuestro seguimiento de Jesús, en la fidelidad de nuestra respuesta, en la coherencia de nuestro testimonio, da la sensación de que preferimos, por miedo, vergüenza, comodidad o lo que sea, meter nuestra lámpara debajo de la cama.
Y desde ahí la llamada de Jesús, una vez más, se me hace interpeladora y estimuladora. Interpeladora porque me lleva a revisar la vivencia y la fuerza de mi llama y, estimuladora porque en la medida que la mantenga encendida él refuerza mi llama. Cuando ponemos él pone y da, y cuando quitamos el no fuerza y respeta, pero tampoco da y, es cierto, hasta lo poco que podamos tener se nos va diluyendo hasta desaparecer. Lo bueno, es que con él siempre estamos en posibilidad de reanudar y reencender la llama, sus puertas no son como las nuestras, él la mantiene abierta aunque nosotros la cerremos. A él le podemos cerrar el paso, pero él nunca nos cierra el acceso a él. Y eso es, al fin y al cabo, la esperanza de nuestra salvación. Gracias, Señor.
ORACIÓN: “Dame valor”
Señor, tendría que empezar pidiéndote perdón porque muchas, muchas veces, he escondido mi luz, puede ser que hasta haya llegado a apagarla y siempre, lo reconozco, por comodidad o por miedo. Claro está que no me atrevo a decirlo así, pero ésa es la verdad. Puedo poner multitud de razones, pero la consecuencia es ésa. Digo ser de los tuyos, pero no irradio tu luz, o lo hago con tanta mediocridad, que en lugar de estimular y de iluminar, causo decepción a todos. Señor, no, no quiero ponerlo todo negro, todo es complejo. Hay momentos de mayor fuerza, sí, y de verdaderos deseos y empuje, pero están tan condicionados por tantas cosas que, a veces, me veo distante, y cuando incluso oigo la palabra santidad, a la que nos llamas a todos, me da como desconcierto, miedo o vergüenza, como si eso fuese para extraterrestres. Señor, ayúdame, sé que necesitas de mí, de mi luz, tenue tal vez, pero luz que se vea, que ilumine un poco en medio de tanta oscuridad, dame valor, reaviva la llama de tu amor en mí.
CONTEMPLACIÓN: “Luz de tu luz”
Eres mi lámpara y mi luz,
en ti me miro para seguir
manteniendo viva mi llama.
En medio de tantos vientos
que irrumpen contra mí,
en medio de tantas manos
que tratan de ocultarme,
quiero mantener viva mi llama,
quiero ser lámpara encendida,
quiero ser luz de tu luz.
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