TIEMPO ORDINARIO
Miércoles 17º
LECTURA: “Mateo 13, 44-45”
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
MEDITACIÓN: “El que lo encuentra”
Me gustan estas dos parábolas que siendo parecidas se complementan en sus matices. En una el Reino se parece a un tesoro escondido y, en la otra, es el comerciante buscador el que se asemeja al Reino. Es decir, en una el Reino se parece al que busca y en la otra lo buscado. Y no puede ser de otra manera, en el Reino de Dios tiene que confluir el sujeto y el objeto, si se puede hablar así. Nosotros y Dios, con todo lo que de ahí se deriva, conformamos la realidad, la totalidad del Reino de los cielos.
Y me parece que es esa frase, común en las dos parábolas, la que expresa el encuentro de esos dos matices, que ponen en relación las dos realidades, del que busca y lo buscado. Y es que inmersos en la realidad del Reino ya no hay diferencias, porque el buscador se encuentra con lo buscado, quedan vinculados, unidos.
Pero, por encima de esos matices, que me parecen preciosos, se me queda de las parábolas esa llamada a buscar. Razón tenía Jesús, cuando afirmaba que “el que busca encuentra”. Y ahí radica nuestra llamada y nuestro problema: si nos consideramos buscadores, si siento la necesidad de buscar, si creo que tengo algo que buscar, si más allá de los tesoros materiales, que nos atraen con tanta fuerza, somos capaces de hambrear como un tesoro, como el mejor de los tesoros, toda esa realidad de bien inscrita en nuestro interior, esa fuerza humana y divina que Dios ha sembrado, ha derramado, ha volcado en mi ser de criatura, de hijo.
Dios ha querido que seamos buscadores y descubridores de ese tesoro, el más importante que podamos imaginar, porque de él depende todo lo que hagamos con nosotros y con los otros, de él depende la construcción de nuestra vida y nuestra historia desde lo mejor de nuestra humanidad. No ha querido imponerlo, simplemente lo ha dejado en nuestro interior, tapado o disimulado con toda la realidad que nos afecta. Buscarlo debía formar parte de nuestro anhelo y mejor deseo, de nuestro trabajo y esfuerzo ilusionado, porque de ello depende todo lo que somos y hacemos. Somos terreno y tesoro divino, saquémoslo a la luz.
ORACIÓN: “Llamado a crecer”
Señor, te doy gracias una vez más por hacerme consciente del tesoro del que soy portador, o de ese tesoro que es tu Reino, que eres tú, y donde has querido incluirme por amor. Me gustaría poder expresarte con claridad el porqué de mi dificultad para abrirme plenamente a ti, por no asumir con auténtico deseo mi tarea de buscador, por no ser capaz de valorar ese tesoro que eres tú y el de mi humanidad hecha a tu imagen. Pero también forma parte de ese misterio de mi propia vida y que no sé descifrar de todo, a veces por incapacidad, otras por miedo, también sí, en otras, por comodidad o interés. Todo ello me conforma, me hace y me condiciona. Pero te doy gracias, porque eres el único que me desvelas mi riqueza, que viene de ti. Eres el único que apuestas plenamente por mí, y por lo mejor que hay en mí. Eres el único que me invita a buscar lo mejor de lo que soy capaz, y me abres horizontes allí donde ni yo ni nadie los puede poner, sólo tú, y así me siento llamado a crecer. Gracias por perfilarme en mi grandeza y en mi potencial, porque ello, en medio de mis muchas limitaciones, me mantiene vivo y abierto a la esperanza.
CONTEMPLACIÓN: “La fuerza de un buscador”
Siento que en mis ansias de vida
late la fuerza de un tesoro escondido
que es más fuerte que yo
y que prefiero no desenterrar
para que no deslumbre ni inquiete
la mediocridad de mi marcha.
Pero has puesto en mí
la fuerza de un buscador imparable
que no descansará nunca
hasta que lo haga contigo y en ti.
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