Semana 19 Martes A (otra)

TIEMPO ORDINARIO

Martes 19º

 

 

LECTURA:          “Mateo 18, 1-5. 10. 12-14”

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos? El llamó a un niño, lo puso en medio, y dijo: Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.

Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos.  El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.

¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.

Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.

 

 

 

MEDITACIÓN:              “El que se haga pequeño”

 

            ¡Qué desilusión!, todos intentando hacerse mayores (menos los mayores), mayores de edad, adultos, autónomos e independientes, importantes, grandes, primeros…, y resulta que nos sales con esas. Lo tuyo es que nos hagamos como niños, pequeños. Claro, así muchos reafirmarán sus convicciones de que la religión, Dios, infantiliza, porque así se maneja mejor a las personas, se les engaña, etc., etc.

            Y no, claro que no, tú no quieres personas infantiles, eso es otra cosa, y habrá que decir que “a buen entendedor pocas palabras bastan”. No, nos quieres adultos y responsables. Nos quieres con la cabeza y el corazón bien puesto, algo que suele ser bastante difícil, pero es lo que deseas de nosotros. Tu vida bien claro pone de manifiesto cómo actúas, y que nos pides.

            Somos  nosotros los que jugamos a infantiles. A ser los que dominemos, los que preferimos no crecer, ni plantearnos exigencias que nos obliguen a ir más allá. Somos nosotros los que cogemos pataletas y nos enfadamos y no perdonamos. Somos nosotros los que envidiamos y rehuimos las dificultades, y no somos capaces de dar más pasos de aquellos que nos cierran en la más pura materialidad.

            Por eso cuando nos hablas de hacernos pequeños, no nos estás diciendo que nos quieres manipulables. Nos quieres confiables, con capacidad de acogida, de confianza y capaz de creer que del otro sólo me puede venir el bien, que no tiene que ver nada con la ingenuidad. Los niños no hacen las guerras, ni escriben las normas injustas, ni crean mercados que se sirven y aprovechan de los otros, ni generan hambres, ni explotan. Ojalá redescubriésemos  nuestro corazón de niño para soñar y esperar, y creer que todo lo que nos parece imposible puede hacerse posible. Ese día se romperán las barreras y podremos acercarnos los unos a los otros con confianza, con naturalidad, sin segundas intenciones, solamente porque nos necesitamos los unos a los otros. Tal vez es algo irrealizable pero tenemos derecho a soñarlo, convencidos de que se hará realidad en el Reino de los Cielos.     

ORACIÓN:             “Que no pierda tu llamada”

 

 

            Señor, tal vez estamos soñando, tal vez tú también soñabas con algo imposible. Pero tú conoces el fondo del ser humano, de su capacidad y de sus limitaciones. Tal vez haya cosas que no conseguiremos nunca pero que tenemos que tenerlas como objetivos hacia los que tender, porque sólo eso genera ilusiones, esfuerzos y gestos que tratan de acercarse al ideal. Yo sé, Señor, que en mí hay realidades con las que tendré que luchar hasta el final y que no conseguiré superar, pero el deseo de caminar hacia ello me posibilita el tratar de cuidar lo que soy y lo que hago, y el cómo lo hago. Cuando no hay algo por lo que luchar todo termina siendo igual. Y en mí leo esos deseos de que no desaparezca lo más noble que anhelo, y no quiero que nadie me los arranque, porque conforman lo mejor de mí, lo mejor que soy y que desearía llegar a ser. Que no pierda tu llamada, Señor.

 

 

CONTEMPLACIÓN:                 “Siempre hay tiempo”

 

 

Siento despertar en tus palabras

lo más bello que se esconde en mí.

Siento palpitar en mis gestos duros

la ternura escondida y necesitada

que nunca he querido perder,

aunque haya tenido que disfrazarla.

Y al escuchar tu palabra

descubro que siempre hay tiempo,

que no hay nada perdido en mí,

porque en mi corazón sigue viva

la semilla fecunda de tu amor.

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