La Santisima Trinidad – Ciclo B (2)

publicado en: Lectio divina diaria, Solemnidades | 0

SANTÍSIMA TRINIDAD – B

LECTURA:        “Mateo 28, 16‑20”

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.  Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. 

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. 

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» 

 

MEDITACIÓN:       “Estoy con vosotros”

 

            Tú nos garantizaste  tu permanencia a nuestro lado, y es importante no olvidarlo, porque la realidad de la vida nos lleva en muchas ocasiones a afirmar precisamente lo contrario. Tal vez porque hemos interpretado no correctamente tus palabras, y hemos querido creer que al decirnos eso nos estabas prometiendo una presencia cuasimilagrosa, que nos iba a librar de las dificultades y sufrimientos de la vida y, claro, cuando experimentamos que no es así, en seguida tendemos a echar un reproche de desinterés por tu parte o de abandono.

            No, no prometiste milagros. Prometiste tu presencia continua. Tu gracia derramada continuamente, tu amor inalterable, la fuerza de tu Espíritu para dar testimonio de ti, y para hacer frente precisamente a los retos, dificultades y persecuciones. El misterio de tu realidad trinitaria es precisamente la que quiere confirmarnos que lo impregnas todo, lo llenas todo, lo sostienes todo, lo envuelves en eso que llamamos “amor” y que está llamado a convertirse en la fuerza que da sentido a nuestra historia, a nuestra donación, a nuestro esfuerzo, a nuestra vida y a nuestra muerte, a nuestro intentar entrar en la dinámica de lo que hace bien, de lo que construye, de lo que crea y genera vida.

            Por eso, acojo tu palabra, como la certeza de un Dios que toda la inmensidad de su misterio entra, se manifiesta y se hace presente en todo lo que lleva el signo del amor, para generarlo, darlo o para dejar recibirlo. Desde ahí siempre eres un Dios presente, vivo, cercano, en las alegrías y en los sufrimientos, riendo, llorando, recreando, esperando, caminando y construyendo con nosotros, conmigo.

ORACIÓN:        “Estás a mi lado”

 

            Gracias porque en la grandeza de tu misterio divino que se me acerca y, al mismo tiempo me desborda, te llegas a mí. Gracias porque abres mi cortas perspectivas, mis romos horizontes, hacia horizontes que me proyectan ilimitadamente.

Gracias, porque tu misterio de amor me habla del mío, de mi dignidad y de mi grandeza, aún en medio de mi pequeñez y de mis contradicciones. Porque aunque mis sentidos no te capten, mis pobres y limitados sentidos, puedo tener la seguridad de que estás a mi lado, Dios Uno y Trino, de que caminas al ritmo de la historia humana, de mi historia, y la escribes conmigo.

Y, gracias por los contemplativos a quienes la Iglesia recuerda en este día como reconocimiento de su labor en la Iglesia, ya que de un modo especial en su entrega radical y callada, además de orar por todos, nos ayudan así a recordar la primacía de Dios, que nuestra vida debe estar inserta en él, en su misterio trinitario, y llamados a ser con valentía testigos de su amor en este mundo complejo que en muchos ámbitos lo rechaza.

CONTEMPLACIÓN:         “Sólo hay amor”

 

Tu misterio te acerca a mí,

en tu profunda realidad

que no abarco,

intuyo la totalidad de tu ser

que me invade,

me abraza,

me envuelve.

Tú lo eres todo,

y en ese inmensidad

sólo hay amor.

Un amor que me desborda,

me construye y me recrea.

Un amor que se da

y que espera.

Un amor que me habita,

me desnuda

y me supera.

Un amor que, por encima de todo,

me salva.

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