Sábado 4º

publicado en: Sin categoría | 0

SÁBADO IV DE PASCUA

LECTURA:        Juan 14, 7‑14”

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:«Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»

Felipe le dice:«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»

Jesús le replica:«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mi?

Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.»

MEDITACIÓN:          “El Padre en mí”

 

Quien te ha visto a ti ha visto al Padre. Ciertamente yo no te he visto, Señor, con los ojos de la cara, pero te he llegado a conocer a través de tu palabra, a través de tu vida plasmada por los que vivieron contigo. Ellos me han dejado los rastros de tu persona, a través de ellos he experimentado tu amor que se me ha hecho presencia y cercanía, y verdad en mi propia existencia. Es un atrevimiento llegar a decir que verte a ti es ver al Padre, es ver a Dios, que él está en ti y tú en él, pero me gusta el rostro de Dios que me muestras.

            Me gustaría más, tal vez, que fuese un Dios a mi hechura, más cómodo, que no interfiriese en mi vida, que no me invitase a mirar a mi alrededor para implicar y complicar mi vida. Pero claro, ése ya no sería Dios, sería mi muñeco, mi dios de trapo, de peluche, para abrazarme plácidamente a él, para jugar con él y pasar los ratos que me interesasen, y luego dejarlo tirado en un rincón de la habitación, o ponerlo encima de la cama o de una estantería. Sería simpático y bonito, pero no sería Dios.

            El rostro que me dejas de Dios también viene marcado de cercanía y de ternura, pero con la fuerza de una ternura que me obliga a mirar así a todos, como él, con gesto de misericordia y de perdón. Con mano tendida y sonrisa abierta para generar calor y ofrecer vida. Y ese rostro al final me turba, me molesta y lo evado de mil maneras sutiles que soy capaz de justificar. Pero me gusta que seas así, porque es así como me gustaría ser.

ORACIÓN:         “Enséñame a mirar”

            Señor, me has invitado a pedirte y quiero hacerlo con fuerza. Preferiría no hacerlo, porque también me es más cómodo no pedirte nada, porque mi petición significa un deseo y, por lo tanto, me pide a mí mismo mi esfuerzo y, de verdad, preferiría no tener que hacerlo. Por eso te quiero pedir que no tenga miedo a pedirte, que no tenga miedo a desear, aunque siga tropezando, aunque siga disimulando, porque ese deseo, esa petición seguirá viva hasta que se cumpla, porque tú, siempre, cumples.

Sigue mostrándome tu rostro cercano. Enséñame a mirar el rostro de los demás, de los que tengo cerca, de los que me miran sin atreverse a pedir, porque me necesitan. Señor, que algún día quien me mire pueda verte a ti, al Dios del amor, de la vida, de la bondad, de la paz.

CONTEMPLACIÓN:          “Tu mirada”

 

Siento tu mirada profunda

que atraviesa mis sentidos,

que penetra en mi interior

e ilumina mis tinieblas.

Me descubres el despojo

de mis miserias

y los anhelos arrinconados

que esperan ser despertados

de su largo letargo.

Una música suave irrumpe

en mi recinto amurallado,

y anuncia la llegada

de una nueva aurora

que quiere fundir mi luz

con la tuya.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.