LUNES V DE PASCUA
LECTURA: “Juan 14, 21‑26”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo:«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amara, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»
MEDITACIÓN: “Morada a él”
Señor, nos haces la revelación más incomprensible y más desbordante que los hombres podemos recibir. Podemos entender que Dios quiera y pueda acercarse a su criatura. Podemos entender que Dios quiera que los hombres intuyamos que no es un ser lejano, ajeno al mundo, indiferente al dolor o a las alegrías. Podemos entender que ese deseo y anhelo te haya llevado a la locura de manifestarte humano en Jesús y mostrarnos tu rostro en él.
La apertura a ti, el anhelo de entrar en tu dinámica transformadora del amor, nos abre la puerta, esa puerta invisible, pero que debe ser enorme, de nuestra humanidad profunda, para que pases tú por ella, en toda la fuerza de tu plenitud, y entres en nosotros para hacer de nosotros, del hombre, de cada hombre, de mí, espacio de tu morada. Nos llamas a dejarnos ser cielo, espacio de gloria, donde se asiente la fuente de la vida, de la luz, del amor.
Es tanto, tan inconcebible que me desborda y, al mismo tiempo, me estremece.
Soy consciente de mis cualidades, de mi grandeza podría decir, y de mis muchas limitaciones, incoherencias y contradicciones. Consciente del mal que me arrastra, y del dolor que causa, como lo causa los males del hombre, del mundo, que nos hace experimentar las sombras del dolor. Y tú nos invitas a abrir nuestras puertas a tu palabra para que con ella tú penetres en nosotros, nos habites, nos fecundes y nos ayudes a dejar fluir esa corriente de amor y de vida que depositas en nuestro ser más profundo.
Y yo quisiera gritar que es verdad, que aunque haya momentos que no sepa abrir mi puerta de par en par, aunque a veces mis oídos parezcan más cerrados que abiertos, tú vienes, tú estás, y tú lo transformas y lo trastocas todo. Todo lo conviertes en vida.
ORACIÓN: “No te vayas”
Ante tu oferta, Señor, después de abismarme ante ella, sólo puedo decirte que quiero, Señor, que entres continuamente en mi vida, y que no te vayas nunca.
Por eso, sólo quiero, junto a mi acción de gracias por tu bondad, por tu grandeza que te permite hacerte tan pequeño y tan humilde para habitar en tanto barro, que sienta siempre tu presencia, aun cuando no quiera sentirla, para que toda mi vida, se vaya haciendo siempre, y fluyendo, desde ti.
CONTEMPLACIÓN: “Tú me habitas”
Cierro los ojos
y te siento dentro,
llenando el vacío
de mi interior.
Lo colmas todo de sentido,
lo invades de tu luz
y de tu calor.
Tú me habitas
en lo más profundo
e íntimo de mi existencia,
y tu presencia desborda
mis límites de humanidad
y me hace intuirme
más divino.
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